La variable fundamental para entender la Orinoquia es su hidrografía, es decir, la inmensa región drenada por el río Orinoco y sus numerosos tributarios. Este territorio está conformado por una superficie de aproximadamente 1.032.524 kilómetros cuadrados de selvas, bosques y sabanas herbáceas tropicales, donde llueve intensamente durante, al menos, cinco meses al año y, luego, se presenta una fuerte sequía, especialmente en las sabanas de Arauca y Apure. La mayor parte de la Orinoquia pertenece a Venezuela, con 644.423 kilómetros cuadrados, mientras que Colombia posee 388.101.
A grandes rasgos, se puede dividir en tres grandes subregiones: la Andino-orinoquense; la Planicie orinoquense y la Guayano-orinoquense. La primera está constituida por las vertientes orientales de la cordillera oriental de los Andes y las ondulaciones sedimentarias que se forman al pie de esta, conocidas como piedemonte. Aunque esta faja solo cubre la vigésima parte de la cuenca en Colombia y Venezuela, contiene más del 35% de la población, la infraestructura urbana y las vías de comunicación.
La Planicie Orinoquense se extiende como un inmenso valle enmarcado por la cordillera de los Andes al occidente y al norte y el macizo de las Guayanas al sur. Es un arco gigantesco de 1.500 kilómetros de longitud, extendido desde las orillas del río Guaviare hasta el estado Delta Amacuro. Esta zona, cubierta en su mayor parte de pajonales (territorio lleno de juncos, hierbas y pastos), es conocida como los Llanos.
Entretanto, la subregión Guayano-orinoquense está constituida por las mesas, serranías y superficies de erosión del macizo de las Guayanas, donde nacen el Orinoco y muchos de sus tributarios. En la parte colombiana se transforma en una planicie de erosión cubierta de arenas y sedimentos recientes, excepto en la serranía de la Macarena, donde alcanza alturas cercanas a los 3.000 metros, o en serranías bajas como en el alto río Inírida.
La globalización del territorio
A partir de los años ochenta, el neoliberalismo se vio libre de las ataduras estratégicas de la Guerra Fría y se abalanzó sobre los recursos de regiones que, como Amazonia y Orinoquia, habían sido protegidas debido a su condición de ecosistemas muy frágiles.
De la noche a la mañana, las tres grandes subregiones de la Orinoquia colombiana se vieron invadidas por compañías multinacionales u otras nacionales vinculadas a los capitales globales. La locura del Dorado retornó y empresas de todo el orbe se dieron cita para su conquista.
Actualmente, nada escapa: subsuelo, suelo, biota, aguas y aire son susceptibles de convertirse en riqueza, mientras que la sociedad y la naturaleza se han tornado en insumos fungibles (bienes que se deterioran o destruyen al ser utilizados), que se gastan en los procesos de producción.
Se comenzó con el petróleo y se continuó con el gas, la ganadería empresarial y los cultivos agroindustriales de palma africana y caña de azúcar para obtener biocombustibles. A eso se agregan la extracción ilegal del oro, el coltán y la biopiratería que se dirige a los grandes centros industriales del globo.
En los ámbitos local, nacional e internacional se ha difundido la idea de que este tipo de globalización económica sin freno es algo inexorable y que oponerse a ello es ir contra el devenir de la historia. Hay un fatalismo inculcado en nuestros "planificadores", en cursos relámpago de catecismo económico que se dictan en prestigiosas universidades del extranjero y que se sostienen por entidades como el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional.
La globalización no es perversa en sí misma, se vuelve perversa cuando se libera totalmente de los controles de la sociedad y el Estado. Las empresas globales dependen de los planes estratégicos del Estado para poder actuar a nivel regional y local, y, por ello, este puede actuar para vigilarlas. Igualmente, la capacidad de cooptación de tales empresas se neutraliza cuando los daños ambientales y sociales se tornan demasiado flagrantes, obligando a la sociedad civil a organizarse para detener los desmanes, como está ocurriendo con los municipios petroleros del piedemonte.
Sin embargo, en la Orinoquia colombiana existe el problema del reciente boom poblacional que no permite la necesaria cohesión entre sus miembros. Las urbes de nuestra Orinoquia son, en su mayoría, ciudades de migrantes llegados en los últimos 25 o 30 años. Durante ese lapso tan corto, Yopal multiplicó por 20 su número de habitantes, Arauca lo multiplicó por 16 y Villavicencio por 4.
Frente a semejante avalancha, las administraciones municipales y departamentales difícilmente logran atender los problemas de máxima urgencia de su población, tornando imposible una ordenación y vigilancia adecuada de sus territorios. Los gobiernos regionales son bomberos tratando de apagar numerosos incendios en sus patios, mientras el fuego de la globalización avanza sobre las praderas a sus espaldas.
Trabajo conjunto
Si, como veíamos anteriormente, la Orinoquia es una cuenca hidrográfica enorme compartida por Colombia y Venezuela, la solución de sus problemas también debe ser compartida. Hay que dejar a un lado los celos y suspicacias y aunar esfuerzos para adelantar investigaciones científicas conjuntas de largo aliento y realizar proyectos vitales para el futuro de la región como un todo.
Uno de los primeros debe ser la navegación franca del río Meta-Orinoco para el transporte de insumos pesados y ganado; el segundo, que se proyectó hace muchos años, es terminar la carretera marginal del Llano y transformarla en la autopista Caracas"Villavicencio"La Uribe"Chaparral"Buenaventura, la cual traería enormes beneficios para los dos países y, especialmente, para la Orinoquia.
Otro proyecto de gran importancia es el plan siderúrgico, entre Ciudad Bolívar (Venezuela), productora de hierro y aluminio, y el departamento de Boyacá, productor de coque y calizas que se requieren en la siderurgia venezolana. Un complemento de este proyecto puede ser la conversión de Orocué (Casanare) en un gran puerto industrial, que serviría de pivote para el intercambio y transformación parcial de los insumos. Estos son proyectos posibles, solo necesitan la voluntad política de los dos países para realizarlos.