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Artes y Culturas

Un ballet con raíces colombianas y que fluye con la tradición y el agua de los territorios

    Transformar, convertir y adaptar… estas palabras son clave para entender cómo una obra clásica del ballet, creada en el siglo XX por Oskar Schlemmer, artista de la escuela Bauhaus, se convierte hoy en una pieza para interpretar y resignificar tanto a las comunidades indígenas y afro del país como la importancia del agua, de peces emblemáticos como el pirarucú, y de una tradición que además de ser única, es triádica.

     

    En palabras de Diany Garnica, directora de Arte del Ballet Triádico de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), “este es un juego por el color, los sonidos y la interdisciplinariedad, que toma lo más importante de los elementos de distintos actores de la vida cotidiana en las regiones. Su primera función fue en 2019, como un homenaje a la obra del artista Schlemmer, quien quería hacer la ‘obra de arte total’, una creación que rompiera los límites de lo estructurado en el arte.

    Es así como la segunda versión de este “antiballet”, pues la directora asegura que es todo lo contrario a lo que sería un ballet en 1919, se llama Contracorriente, un apelativo que ejemplifica a la protagonista de cada una de sus escenas: el agua. Este recurso forma parte del ser humano y de la vida de indígenas como los muina murui, de Leticia (Amazonas), una comunidad que sufrió el yugo y sometimiento de la casa peruana Arana, que los instrumentalizaba para extraer el caucho de la zona.

    Esta obra, dirigida por la profesora Tatiana Urrea Uyabán, de la Facultad de Artes de la UNAL, tuvo un trabajo de campo impecable, pues un grupo de expertos en distintas disciplinas artísticas –como el diseño, la arquitectura y la música– se desplazaron hasta el Amazonas en busca de aquellos cantos, tejidos y muestras culturales que permitieran diseñar un vestuario a base de fibras de plantas de la zona y de espinas de pirarucú, un pez que está en vía de extinción y que es el más grande de agua dulce en el mundo.

    En esta sinfonía de colores, sonidos y proyecciones, en la que el espectador se encuentra solo durante unos minutos después de sentarse, hay nuevos personajes que completan la puesta en escena de la obra clásica: agua dulce (por la herencia indígena del país), agua salada (por el legado afro), y agua que flota (que hace referencia al mundo europeo, ese que se ha venido transformando de múltiples formas y maneras).

    La danza se da alrededor del escenario con cuatro bailarines que con movimientos circulares distribuyen luces de todos los colores, y también con una cadencia particular, rápida y a veces lenta. Algunos personajes se mueven de manera curiosa, con grandes vestuarios en forma cilíndrica y “cascabeles” que se suenan al compás de su cuerpo.

    Empieza la escena, y la directora de escenografía, Luna Rodríguez López, marca la pauta para la entrada de cada personaje y se mantiene expectante ante el movimiento de cada uno, disfruta de esta armonía en la que trabajó durante todo un año con las comunidades indígenas y en el día a día con los artistas.

    “El ballet triádico es un rito de sanación y reconciliación entre todo aquello que a veces parece tan distante y que se pierde entre la bruma de significados de la época actual, pero que con este tipo de manifestaciones encuentra un lugar para la reivindicación, y cada paso, cada giro, cada sonido de la trompeta o del tambor es una nota por la paz de los territorios”, comenta Laura.

    Ella estuvo como invitada especial en el ballet la abuela Flor de la comunidad muina muri, y acompañó el proceso artístico desde el primer día. Así tuvo la oportunidad de visitar el estreno para formar parte de esta riqueza en escena. Sin duda alguna, tanto para ella como para la profesora Urrea y todo su equipo este es un momento conmovedor y satisfactorio.

    “Este ballet se sitúa más desde lo humano, desde la pregunta por quiénes somos, rompiendo las fronteras de la etiqueta social y descubriendo arquitectos que bailan, fotógrafos que hacen música y un sinfín de composiciones que le dan ritmo al laboratorio de creación que consolidamos. Cada uno se sitúa donde se quiere situar”, asegura con gran entusiasmo la directora de arte.

    Añade que “tanto en la primera versión de 2019 como en esta aparecen dos personajes originales: la palenquera y el poporo quimbaya, este último mueve su ‘panza’ de oro de manera particular, va y viene en escena dándole color y brillo a sus compañeros en la tarima”.

    El Ballet Tríadico de la UNAL se presentó en el teatro del Edificio Nuevo Espacio para las Artes, un lugar que la comunidad estudiantil comienza a reconocer como un escenario para los proyectos innovadores, para las iniciativas con sentido social y cultural, y en donde el arte se apodera del espíritu de la investigación para llevar a la academia más allá de las aulas y generar un eco en los territorios.