Suicidios, la otra “epidemia” que acecha a las comunidades indígenas de la Amazonia
En esta región la tasa de suicidio en 2021 fue del 9,87 % por cada 100.000 habitantes, casi el doble del promedio nacional, según señala el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Por su parte, el DANE indica que entre 2010 y 2019 el 65,2 % de los casos fueron de personas menores de 29 años.
Según la Corporación Casa Amazonía, en 2012 el método más recurrente de suicidio en la región fue el ahorcamiento, con hasta el 96 % de los casos.
Aunque encontrar la raíz de la situación no es fácil, el antropólogo Carlos Franky, profesor de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Amazonia, se aventura a decir que la población se enfrenta a una serie de dificultades entre ser y no ser indígena en medio de un mundo que plantea exigencias distintas a las que tenían en su territorio.
“La necesidad de llevar una vida distinta a la tradicional y más parecida a la occidental (tener dinero para comprar celular, audífonos, ropa y otros adminículos), hace que los jóvenes lleguen incluso a vender drogas ilícitas, lo cual termina siendo un factor de riesgo por el consumo desmedido”, agrega.
Este aspecto que ha evidenciado en sus investigaciones coincide con las cifras del DANE, que indican que, en 2019, de 1,9 millones de indígenas que hay en el país, solo el 13 % accedió a la educación superior.
De otra parte, el Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas de 2019 muestra que Amazonas estuvo por encima del promedio nacional en el consumo de sustancias psicoactivas, y Vaupés en el de alcohol.
Partiendo de estos datos, investigadores de la UNAL trabajaron con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y con la ONG Sinergias –con sede en Vaupés y Guainía– con el objetivo de aproximarse a la razón de los suicidios.
El resguardo de Nazareth –a 25 km de Leticia– ha sido uno de los más golpeados por los suicidios; allí viven cerca de 230 familias, la mayoría indígenas tikuna, huitoto y mucama.
Por su parte, Pablo José Montoya, director de Sinergias e integrante de la investigación en Vaupés, indica que “la mayoría de los casos de suicidio se dan bajo los efectos del alcohol comercial, que en los indígenas tiene un impacto más intenso”.
Las pocas oportunidades de estudiar son “grandes piedras en el zapato”, pues la limitada oferta de escuelas en las comunidades hace que los jóvenes sean enviados a internados en grandes ciudades como Mitú, en donde permanecen por largo tiempo lejos de sus familias, su lengua, sus rituales y oficios, lidiando con un choque cultural desconocido.
Un estudio adelantado en 2017 por el Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes mostró que más del 50 % de la población indígena solo completó la primaria, y el 38,4 % la secundaria; y el censo de 2005 dejó al descubierto que la informalidad laboral en estas comunidades es de casi el 77,4 % y que viven del “rebusque” haciendo artesanías, pulseras y otras manualidades para vender.
El antropólogo Franky explica que los indígenas no tienen una definición exacta de salud mental: “para ellos es vivir bien y tranquilos, tener armonía con los seres creadores que guían la vida, el cuidado del agua y los bosques, y la soberanía alimentaria”.
Los chamanes cuentan que los rituales de sanación necesitan de toda la comunidad para tener mayores “efectos” y se extienden por toda la región amazónica: los tanimuka –entre el río Apaporis o el Mirití-Paraná– creen en seres míticos que se llevan las almas de las personas en épocas con bajos niveles de agua, además de contaminación, zancudos, enfermedades y diarrea, que es cuando hay más peleas en la comunidad.
Las curaciones del territorio protegen contra males como el suicidio; un ejemplo se encuentra en el ritual del yuruparí, en Amazonas: “por varios días y noches, niños entre 10 y 15 años siguen a un chamán y a otros adultos en rezos, bailes y cantos para curar el mundo y eliminar los peligros que acechan a los más jóvenes”, relata el profesor de la UNAL.
También menciona que, a diferencia de los jóvenes de la sociedad “occidental”, que eligen su profesión, en estas comunidades los chamanes son quienes le dan un oficio a cada joven: dueño de una maloca, cantor, agricultor, pescador o tejedor, y su cumplimiento es determinante para la protección de la comunidad, pero cuando son enviados a internados no pueden hacerlo.
Según el informe de la UNAL, cuando en la comunidad de Nazareth se presenta un tema de abuso sexual, la justicia indígena no castiga a los responsables sino que los deja en libertad, e incluso viviendo con las víctimas; a esto se suma el abandono al que algunos padres jóvenes deben someter a sus hijos para irse a las ciudades al rebusque económico.
El resguardo de Nazareth cuenta con un puesto de salud que atiende casos de primera necesidad, mientras que los de mayor gravedad se trasladan a hospitales como el San Rafael de Leticia; sin embargo, la Gobernación afirma que no hay personal disponible y suficiente, y hay pocas instituciones para estas atenciones, por lo que acceder a una consulta por salud mental es difícil.
Por otro lado, la violencia armada también es un detonante. Según la Comisión de la Verdad, durante la guerra el 3 % de la población indígena fue víctima de homicidios, el 5 % de desaparición forzada, el 5 % de secuestros y el 4 % del desplazamiento.