San Andrés, un paraíso transformado por el sueño del puerto libre
Aunque el Archipiélago siempre ha sido un verdadero paraíso por estar rodeado de playas de arena blanca, mar cristalino y un ambiente tranquilo, antes de que se hablara de un puerto libre tenía problemas de fondo como infraestructura deficiente, servicios públicos limitados y una economía estancada, pues la principal actividad económica era la industria del coco, pero las exportaciones de este producto estaban muy mal en esa época.
Las personas solían caminar sobre las calles pues solo había un par de automóviles que hacían las veces de taxis, pero uno de los verdaderos dolores de cabeza de los habitantes era que solo tenían luz eléctrica de 7 a 11 de la noche.
En 1912 se creó la Intendencia Nacional de San Andrés con el fin de separar el Archipiélago del departamento de Bolívar y establecer una administración propia, lo que, en otras palabras, indicaba que se podría responder con mayor eficacia a las necesidades y características únicas de la región. Sin embargo, esos esfuerzos no fueron suficientes y en los isleños se creó un sentimiento generalizado de que el Gobierno colombiano no cumplía las promesas de desarrollo y progreso, pues parecía que la Isla se hubiera congelado en el tiempo.
Fue en medio de mucha incertidumbre, crisis económica y despoblación como creció el “anhelo” de convertir las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina en un puerto libre donde las mercancías pudieran circular sin impuestos; así también se pensaba que además de atraer el comercio, llegarían turistas. Esto se materializó hasta 1953, cuando el general Gustavo Rojas Pinilla lo declaró como Puerto Libre.
Cada uno de estos momentos clave de la historia reciente fueron descritos por la escritora e historiadora raizal Heysel Robinson, a sus casi 90 años, en la novela Da so e go/ Así pasó/ That's how it happened.
La obra, presentada en el estand de la UNAL en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo), está inspirada en la propia experiencia de vida de la autora, quien creció en San Andrés bajo la tutela de su abuela materna en medio de esa incertidumbre de abandono por parte del Estado colombiano.
“Es un relato breve que no presume contar todo lo acontecido; se limita a episodios que fueron tan dolorosos en ocasiones, que era imposible dejarlos en silencio”, explica la escritora.
En esa búsqueda de defender las tradiciones y el pasado del Archipiélago, comenta que “los cambios (de infraestructura, económicos o culturales) que se dieron con el puerto libre, así como fueron buenos, también dejó tragos amargos en la comunidad”.
“Afortunadamente muchas de las cosas que llegaron fueron mejores, pero existe una nostalgia por las otras. Llegaron caras nuevas y nosotros no estábamos acostumbrados a estas situaciones, por eso, aunque los recibimos bien, con el tiempo se dieron discusiones y malentendidos por los cambios culturales”, dice.
Por eso en la novela se plasman, a través de los protagonistas, las nuevas formas de amor que se tejían con la llegada de migrantes continentales y de diversas procedencias. Aquí, además de los estilos de vida, los diferentes idiomas también eran blanco de dificultades. “Las mujeres continentales era más fácil que conquistaran a que los hombres lo hicieran”, explica.
Por su parte el profesor Raúl Román, de la Sede Caribe, editor de la obra, resaltó que “hay tantas diferencias culturales que dan esa razón de peso para seguir insistiendo en estos relatos que configuran la literatura nacional”.
“Este un territorio que tiene una historia común, distante de Colombia, pero que empieza a conectarse en el siglo XX y en una de las coyunturas importantes como es el puerto libre, que es el trasfondo de esta novela”, concluye el docente.