Resistiendo desde el silencio y la comunidad, así tejen su camino hacia la paz las mujeres de Arauca
Arauca ha sido una de las regiones más afectadas por el conflicto armado en Colombia, con una fuerte presencia de diferentes grupos armados ilegales y una población civil que ha vivido décadas de violencia, desplazamiento y pobreza. Particularmente el municipio de Arauquita ha sido escenario de enfrentamientos continuos que han dejado profundas heridas en su población, especialmente en las comunidades que habitan en la ruralidad y el campo.
A través de su estudio, la psicóloga Érika Zulay Tarazona García, magíster en Discapacidad e Inclusión Social de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), ha explorado las dinámicas de resistencia desarrolladas por 11 mujeres de la zona rural de Filipinas del municipio, las cuales abarcan sus historias tanto del periodo previo al Acuerdo de Paz de 2016 –cuando la violencia era más intensa– como en los años posteriores, en los que los desafíos de la implementación del Acuerdo han redefinido sus luchas cotidianas.
“De manera estratégica, el silencio fue uno de los factores principales de resistencia”, señala la magíster de la UNAL, refiriéndose a cómo muchas de ellas decidieron callar, por seguridad o por miedo, y así protegerse y proteger la vida de sus familias.
La investigadora subraya que la resistencia no siempre implica confrontación directa. “De hecho, muchas veces, implica hacer lo contrario: callar, saber cuándo hacerlo, saber con quién se puede hablar y a donde se puede ir; lo que ellas llamaban ‘ser ciega, sorda y muda’ y seguir su camino”.
Este tipo de resistencia demuestra el agenciamiento de las mujeres de la zona –capacidad de pensar, decidir y movilizarse frente a sus experiencias de vida– como parte de un complejo trabajo de gestión emocional en un contexto de extrema violencia y vulnerabilidad. “Aunque ellas querían hablar y expresar sus dolores, sabían que en ese momento no era un contexto seguro para hacerlo”, añade la psicóloga.
Otra práctica poderosa identificada fue establecer rutas cotidianas seguras, transitar por los caminos que sabían que estaban libres de minas y refugiarse en la espiritualidad, que les ayuda a formarse como comunidad; así crearon una red de apoyo silenciosa y encontraron en la Iglesia una forma de sobrellevar su angustia y su miedo. La espiritualidad no solo les proporcionó consuelo sino también un sentido de pertenencia y fortaleza comunitaria que ha perdurado a lo largo de los años.
El estudio también revela estrategias cotidianas para protegerse. Entre los relatos recogidos por la magíster se encuentran “historias de mujeres que ubicaban colchones en las puertas de sus casas para evitar que las balas traspasaran las frágiles paredes de madera durante los enfrentamientos armados”.
Con el Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las FARC las dinámicas cambiaron en el territorio; “por ejemplo, las mujeres que antes habitaban el territorio y las firmantes del Acuerdo de Paz del antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) en Filipinas comenzaron a organizar sus comunidades de nuevas maneras, como apoyándose entre vecinos, es decir que si alguien le hace falta algo realizan sancochos comunitarios, entre otras dinámicas de cooperativa”, relata la psicóloga.
Uno de los resultados más significativos del trabajo de investigación es la construcción de memoria histórica para la reparación y la no repetición, con la creación de una biblioteca en Villa Paz, donde las mujeres han empezado a recolectar libros y documentos que narran sus experiencias y las de su comunidad. “La memoria es otra forma de resistencia”, señala la magíster destacando que las mujeres ahora ven la importancia de registrar su historia para las futuras generaciones.
En este escenario la construcción de memorias colectivas se presenta como pilar en el proceso de reconstrucción del tejido social de estas comunidades, pues estas mujeres han sido esenciales para sostener y fortalecer la paz en la región, incluso en los momentos más difíciles.
“A pesar de que el conflicto ha resurgido en algunas áreas, los espacios construidos por las mujeres –como la biblioteca y otros proyectos comunitarios– siguen siendo faros de esperanza y resistencia”, explica la magíster Tarazona.
“Ellas no solo han sobrevivido, sino que han transformado su sufrimiento en acciones de reparación psicosocial y reconstrucción comunitaria”, añade.
Por último, enfatiza en la importancia de “reconocer los saberes que ellas vienen tejiendo y todas estas acciones comunitarias”. Por eso invita a las diferentes organizaciones estatales a seguir aprendiendo de estas experiencias y estos modelos de gobernanza que las comunidades han empleado durante generaciones como pilar de resiliencia y autonomía.