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Economía y Organizaciones

Residuos de pescado serían materia prima para harinas, aceites y abonos

    “Aliñar es arreglar el pescado, sacarle las tripas y dejarlo listo para consumir”, explica doña Epifanía Montaño, o “Santo”, como la conocen en la plaza de mercado de Tumaco (Nariño). En sus manos y en las de otras seis aliñadoras estaría la oportunidad de mejorar su calidad de vida, transformando en harinas, aceites o abonos, las espinas, agallas, vísceras o escamas de peces y camarones que hoy se desechan y se arrojan directamente al mar.

    La “Perla del Pacífico” es uno de los principales municipios abastecedores de la industria procesadora de pescado en Colombia, ya que concentra el 64,8 % de los desembarcos artesanales e industriales de pesca marítima en el territorio nacional, mientras el porcentaje restante llega a la región Caribe.

    Se estima que en 2019 se desecharon en el mar 171 toneladas de coproductos o subproductos –residuos o sobrantes– que se podrían haber aprovechado, gracias a que esconden valiosas cualidades.

    Por ejemplo, del fileteado de especies de pesca blanca resultan 538,3 kg, del beneficio del camarón 283,4 kg y de pescado fresco 108 kg. De estos, entre el 54 y 74 % es proteína y entre 2 y 4 % es extracto etéreo, o sea la parte grasa y la materia orgánica obtenida durante el aliñado del pescado.

    De dichos restos se obtienen los hidrolizados de proteínas, que se pueden usar no solo en el sector alimenticio –por su solubilidad, capacidad emulsificante y para fabricar aceites–, sino también en el sector energético –como biodiesel– y en el farmacéutico, donde tendrían aplicación gracias a su actividad antioxidante y antihipertensiva.

    Con su trabajo de grado, la zootecnisa María Daniela Portela, estudiante de la Maestría en Gestión y Desarrollo Rural de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira, busca que un grupo de mujeres de la plaza de mercado de Tumaco mejoren su calidad de vida y obtengan ingresos mediante el aprovechamiento de espinas, agallas, vísceras o escamas de peces y camarones, a través de una construcción colectiva con símbolos y significados ancestrales propios de la cultura afro para “vivir sabroso”.

    El aliñado y la cadena de valor del pescado

    La estudiante Portela menciona que en Tumaco los aliñadores de pescado conforman un modo de empleo que es el sustento de varias familias afrotumaqueñas.

    Las aliñadoras trabajan en condiciones laborales informales; sus ingresos oscilan entre 20.000 y 30.000 pesos el día, mientras que un pescador gana 50.000 pesos diarios, que es lo máximo que ellas pueden ganar, pero solo en Semana Santa.

    “Siendo ellas quienes manipulan directamente los coproductos de la pesca, deberían ser las pioneras de su transformación y aprovechamiento”.

    En su proyecto de tesis formuló tres objetivos: (i) establecer los espacios de diálogo con las aliñadoras para reconocer su filosofía del “vivir bien” y de su espiritualidad, (ii) promover la asociatividad entre ellas, y (iii) desarrollar el sistema con el que las mujeres aprovechen los coproductos del pescado en alimentos, medicamentos y biocombustibles.

    En la actualidad, la estudiante Portela avanza en el segundo objetivo, mediante sesiones con las aliñadoras en los “mentideros”, o espacios para intercambiar saberes, en las que utilizó la metodología del “árbol del ser” enfocada en las raíces, con preguntas como “¿de dónde vengo?, ¿qué me sostiene?, ¿hace cuánto trabajo en la galería?, y así fue creando la estrategia colectiva mediante un rompecabezas en el que cada participante aporta una idea para alcanzar la materialización del proyecto.

    El proyecto reúne elementos del enfoque de investigación acción participativa como de horizontalidad en los espacios de creación colectiva.

    Gracias a la financiación del Fondo Fundación WWB Colombia para la Investigación, en la categoría “Proyecto de maestría”, siete aliñadores trabajan en el estudio como investigadores locales. Los beneficiarios reciben un incentivo de investigación o contribución económica. Asimismo, la investigadora cuenta con un equipo de trabajo que le asignó el Fondo, conformado por un antropólogo, un periodista y profesionales de otras disciplinas.

    También es financiada por el Programa de Apoyo a la Formación Doctoral (PAFD-DSSP) Colombia, convenio específico de cooperación entre el Centro de Investigación para el Desarrollo (organización alemana) y el Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la UNAL. En ella ha contado la orientación de las profesoras Patricia Sarria, de la UNAL Sede Palmira, y Adriana Muñoz Ramírez, de la Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de la UNAL Sede Bogotá.