Registro de aves acuáticas revela urgencia de proteger los humedales entre la Orinoquia y la Amazonia
Además de los patos –que muchos identificamos como ave acuática–, otras aves dependen de los ecosistemas acuáticos para sobrevivir, como la garcita azulada, el martín pescador, la pava hedionda o el playero canelo. Los humedales, unos de los ecosistemas más importantes del planeta, les proporcionan recursos vitales para anidar, alimentarse o reproducirse en sinergia con su entorno natural.
El estudio de la UNAL, adelantado en colaboración con comunidades indígenas y locales, identificó entre la Orinoquia y la Amazonia regiones con bosques inundables únicos y varias aves que muestran afinidad con estos ecosistemas aunque antes no se les haya clasificado como tales.
“Por ejemplo construyen sus nidos utilizando el barro formado por la inundación del bosque, o aprovechan frutos y huecos en los troncos según el nivel del río, lo que demuestra una relación estrecha con el agua”, explica el biólogo Luis Miguel Murcia Betancourt, estudiante de la Maestría en Estudios Amazónicos de la UNAL Sede Amazonia, quien presentó los resultados de su trabajo durante el Mes de la Investigación.
En el estudio se han monitoreado 5 humedales representativos, incluidas las sabanas inundables, las playas temporales y los raros humedales rocosos del escudo guayanés, una formación geológica en el sur del país con hábitats únicos. Allí se han registrado nuevas especies que amplían la lista de aves acuáticas conocidas en Colombia. “Hasta ahora hemos identificado 206 especies en estos humedales, y el bosque inundado permanente es el más rico en biodiversidad”, indica el investigador.
Las aves acuáticas también son indicadoras ambientales que reflejan la salud del hábitat, pues responden a cambios en los niveles de agua y en la calidad ambiental. “Tienden a congregarse en grupos numerosos y en muchos casos en sitios específicos, lo que permite registrar patrones de migración y reproducción”, comenta el biólogo Murcia.
Además, la presencia y variación de las poblaciones de estas aves determinan si un área es merecedora de protección, en especial si se monitorean especies amenazadas: “si una especie con alguna categoría de amenaza se congrega en grupos numerosos en un humedal, según la norma ahí ya podemos decir que este humedal se debe conservar para esa especie, para no degradarle su ambiente y que pueda seguir existiendo, aunque yo pienso que todos los humedales se deberían proteger”, explica.
En el país la mayoría de los esfuerzos de conservación de estos ecosistemas se han enfocado en las áreas andinas y costeras, mientras que regiones como la Amazonia y la Orinoquia han sido poco exploradas, a pesar de su importancia biológica y cultural.
La Amazonia presenta un reto de conservación particular por los bosques inundados que se forman solo en determinadas épocas del año. Al contrario de otras regiones donde los humedales son más visibles, en esta zona se vuelven difíciles de identificar, fenómeno que ha llevado a subestimar la presencia de estos ecosistemas.
“La Amazonia se percibe como carente de humedales porque muchos estudios se hacen a distancia, mediante imágenes satelitales, ya que a través de la cobertura vegetal no se pueden observar estos bosques”, afirma el investigador.
De los 11 sitios Ramsar (humedal designado como de importancia internacional bajo la Convención sobre los Humedales) que hay en Colombia solo el complejo de Lagos de Tarapoto está reconocido en esta región, lo cual contrasta con la extensión total de la Amazonia colombiana, que es de 50,35 millones de hectáreas, lo que corresponde al 44,6 % del territorio continental del país.
Zonas como San José del Guaviare ofrecen una ventana única hacia estos ricos ecosistemas poco explorados. El biólogo de la UNAL describe sus experiencias en la Laguna Negra, un humedal en el que observó 5 especies de martín pescador: “me pareció un caso muy extraño, pues cuando las especies comparten el mismo recurso suelen competir entre ellas, por lo que lo habitual es encontrar máximo 3 especies en un sitio. Estas aves, que se alimentan de peces, dividían sus horarios y sitios de pesca para que todas coexistiran”.
Este fenómeno de “partición del nicho ecológico” es solo uno de los aspectos fascinantes documentados en la región, lo que destaca la singularidad ecológica de los humedales del Guaviare.
La comunidad indígena jiw y los pescadores locales –conocidos como canoeros– han colaborado en el estudio gracias a su conocimiento acumulado tras años de interacción con el entorno. “Los canoeros conocen los ciclos reproductivos de las aves, saben dónde anidan y cuándo se congregan”, explica el investigador.
Dicha colaboración enriquece la investigación con perspectivas únicas y fomenta el respeto necesario para la conservación de largo plazo en la comunidad. Además, el investigador Murcia ha documentado nombres indígenas para muchas especies y sus historias, contribuyendo a la revitalización cultural y resaltando la conexión entre cultura y ambiente.