Pulpo común se ha adaptado al Caribe colombiano para no extinguirse
El pulpo común de aguas poco profundas que se pesca artesanalmente en el suroeste del Caribe está bajo constante presión pesquera y sigue siendo una especie poco estudiada en la región, por lo que se desconoce el estado de su diversidad genética.
Esta especie de gran importancia ecológica, económica y social se alimenta de crustáceos, bivalvos, gasterópodos y peces, por lo que se considera como un depredador oportunista y generalista; además, aunque vive especialmente en fondos rocosos, también habita arrecifes coralinos, pastos marinos y fondos blandos, a profundidades de 1 a 30 m, por lo que es capaz de ocupar un nicho ecológico amplio.
Aunque no existen datos exactos sobre la cantidad de pulpos que se pescan, mediante un estudio filogenético (diagrama evolutivo entre organismos) es posible determinar su diversidad genética y las adaptaciones que han hecho al entorno para no extinguirse. Es el caso, por ejemplo, de lo que sucede con el cambio en la temperatura de los mares, las precipitaciones de agua salada a dulce que reducen la “salinidad” en los arrecifes de corales, y la contaminación por microplástico y petróleo.
Dichos aspectos, que se dan naturalmente pero también por la acción del hombre, generan un impacto medioambiental en los ecosistemas marinos obligando a especies como estas a modificar su información genética (ADN) para sobrevivir.
“Cuanto mayor sea la variabilidad genética de una especie mayor será su adaptación al medio”, afirma Paola Alejandra Puentes Sayo, magíster en Ciencias - Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Caribe, quien analizó el ADN de 30 pulpos comunes capturados por pescadores de Providencia, San Andrés, Cabo de la Vela, Santa Marta, isla Ceycén, e isla Fuerte con el propósito de determinar si existían variables genéticas bio-geográficas, es decir si su línea de ADN era cambiante en diferentes puntos del Caribe colombiano.
Para ello, a una pequeña parte del tejido de la cabeza del cefalópodo se le aplicó el protocolo de “extracción de sales”, que consiste en adicionarle al tejido celular dodecilsulfato sódico (SDS) y proteinasa k, una especie de detergente que al combinarse precipita o elimina ciertas proteínas de las membranas celulares. Esto se logró a través de la incubación durante toda la noche a unos 65 ºC en un horno.
Posteriormente se realizó un proceso de amplificación por PCR, que consiste en duplicar o clonar esa muestra genética para no tener que pagar cada vez por las muestras o ir hasta los lugares. En el Laboratorio de Secuenciación de ADN de la Universidad de los Andes se replicaron los genes mitocondriales COIII y 16S y se analizaron 42 secuencias del gen 16S y 37 del gen COIII.
Los análisis mitocondriales mostraron específicamente haplotipos nuevos (16S = H2, H3 y H4) (COIII = H2 – H7) y haplotipos compartidos con áreas geográficas distantes (16S = H1) (COIII = H1).
“Un haplotipo es una combinación única de variantes genéticas en un grupo de genes que tienden a ser heredadas juntas de generación en generación”, explica la investigadora.
La prueba de FST por pares, herramienta genética que mide cuán diferentes son las poblaciones de una especie, no mostró diferenciación entre localidades con los genes mitocondriales evaluados. Por su parte, el análisis demográfico de COIII indicó que el tamaño efectivo poblacional de la especie se ha mantenido constante, a pesar de ser una de las especies que más se pesca para consumo humano.
El estudio no busca promover la explotación excesiva de la especie, por el contrario, preservarlo, conociendo la variabilidad genética que lo ha hecho adaptarse, sugiriendo además una pesca controlada durante las temporadas de reproducción, que ocurre solo una vez en la vida del animal.