Pruebas de fuerza periódicas reducirían riesgo de lesiones en jugadoras de ultimate frisbee
El ultimate frisbee, reconocido en 2015 como deporte por el Comité Olímpico Colombiano, se caracteriza por movimientos exigentes y de alto impacto como cambios bruscos de dirección, saltos y lanzamientos en los que los jugadores se estiran o incluso se lanzan al suelo para atrapar el disco, o layout.
Estas dinámicas, combinadas con la alta intensidad de los torneos, donde los atletas suelen disputar alrededor de tres partidos por día, incrementan el riesgo de lesiones. “Este riesgo es preocupante en la población femenina”, según explica el doctor Jimmy Alexander Betancourt Cucaita, magíster en Fisioterapia del Deporte y la Actividad Física de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL).
Al respecto comenta que un estudio de 2015 realizado con 143 jugadores de ultimate frisbee evidenció que el 70 % de las lesiones ocurrieron en mujeres. De ahí surgió su interés en comprender mejor las particularidades de las lesiones en esta población, enfocándose en el ligamento cruzado anterior, que puede ocasionar que los deportistas cesen sus actividades.
La investigación revela que los factores de riesgo de lesión en estas deportistas se relacionan con la gestión de las cargas físicas en cada equipo. “En los equipos que cuentan con preparadores físicos es más probable que se controle mejor la fatiga, lo que reduce la probabilidad de lesiones. Sin embargo, en los equipos que no tienen este apoyo especializado la fatiga se puede intensificar aumentando el riesgo de lesiones y afectando el rendimiento”, aclara.
Para llegar a esta conclusión, el investigador seleccionó a 25 jugadoras de dos equipos colombianos: Bamboo Ultimate Club y Fuerza Natural Ultimate Club. Para evaluar su rendimiento físico antes y después de competir aplicó pruebas de fuerza y saltos contramovimiento, en los que se utiliza la energía de ese movimiento para lograr un impulso más alto.
“El objetivo era identificar las asimetrías musculares y evaluar cómo estas podrían estar vinculadas al riesgo de lesiones, especialmente en el ligamento cruzado anterior. Así se pueden buscar medidas preventivas que ayuden a reducir la incidencia de lesiones”, menciona.
Así mismo, hizo énfasis en que los factores de riesgo de lesión del ligamento cruzado anterior incluyen factores genéticos, anatómicos, hormonales y neuromusculares. En particular, hay tres factores clave que marcan la diferencia entre hombres y mujeres: la mayor movilidad (laxitud) en las articulaciones de las mujeres, un mayor movimiento en valgo (hacia adentro) de la rodilla y un menor tamaño del ligamento cruzado anterior en comparación con los hombres.
Las atletas fueron convocadas a un espacio amplio para realizar un calentamiento previo con el objetivo de prevenir lesiones durante la prueba. En el test, las jugadoras debían colocar ambos pies sobre una plataforma y realizar un salto contramovimiento de manera explosiva y con la mayor fuerza posible. A partir de ahí se realizaron tres mediciones y se obtuvo un promedio.
“El análisis reveló una notable diferencia en la capacidad de generar fuerza entre ambas piernas, lo que sugiere una predisposición a lesiones, especialmente en la pierna dominante”, señala el experto.
Los cambios más significativos en la fuerza máxima de aterrizaje se detectaron después del torneo, lo que indica que la fatiga acumulada afecta la capacidad de las jugadoras para aterrizar de manera estable. “Esto es relevante porque puede comprometer la estabilidad articular durante los aterrizajes, incrementando el riesgo de lesiones”, comenta.
Otra prueba fue la “fuerza isométrica de isquiotibiales”, diseñada para evaluar la capacidad de respuesta rápida del sistema neuromuscular, crucial en la prevención de lesiones en deportes de alta intensidad. En esta prueba las deportistas debían acostarse, apoyar el talón en una plataforma y mantener una semiflexión de rodilla durante 4 segundos, ejerciendo la mayor presión posible.
“Observamos que la fatiga que experimentan las jugadoras tras los torneos afecta la capacidad de producir fuerza en los isquiotibiales en su fase inicial, entre los 0 y 100 milisegundos, y en un ángulo de 0 a 20 grados, que es cuando existe una mayor susceptibilidad a lesiones en el ligamento cruzado anterior”, explicó el investigador.
A raíz de estos resultados, el magíster recomienda que los entrenadores realicen pruebas periódicas de fuerza y resistencia para identificar potenciales asimetrías entre las extremidades de las jugadoras y ajustar los entrenamientos en consecuencia. “Durante los torneos es vital que se manejen adecuadamente las cargas físicas para prevenir lesiones graves como la del ligamento cruzado anterior, que puede mantener a las deportistas fuera de las canchas hasta por un año”, concluye.