Pese a deterioro del bosque seco tropical, en Tolima se mantiene la diversidad de aves
El gavilán maromero se queda quieto en el cielo cuando va a cazar y luego va en picada por su presa. Fotos: Carlos Alberto Martínez Chamorro, doctor en Agroecología UNAL Sede Palmira.
Athene cunicularia es la única especie de búho diurno que tiene Colombia.
El bambuco Pepe tominejo es interpretado por niños de la Escuela Normal Nacional de Ibagué.
La lideresa indígena pijao María Claudina Loaiza y la profesora Lucena Vásquez, de la UNAL Sede Palmira.
Las comunidades usan las barbas del pavo doméstico como afrodisiaco y para tratar los cálculos renales en los hombres.
Mediante actividades lúdicas los niños aprenden a conocer y cuidar sus ecosistemas.
Salida de campo durante el muestreo de aves.
De las tres regiones con bosque seco tropical en el país, la de mayor cobertura es la llanura Caribe, que incluye el sur de La Guajira; en segundo lugar está la región seca del valle del río Magdalena, entre Tolima, Cundinamarca y Huila; y por último el valle geográfico del río Cauca, en donde solo existen pequeños remanentes aislados. Antaño estas zonas fueron consideradas como las más abundantes de Colombia, pero hoy están a punto de desaparecer y tienen una estacionalidad fuerte, es decir veranos más largos y poca lluvia, lo que ha hecho que especies como las aves se adapten a ellos.
A lo anterior es importante agregar que en el Tolima una parte de las zonas de estudio se encuentran dedicadas a la ganadería; así, la investigación de Carlos Alberto Martínez Chamorro, doctor en Agroecología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira, también evidenció que el sistema ganadero silvopastoril –que consiste en árboles en forma de callejón para que los animales se alimenten de los pastos del centro y de los mismos árboles– registró el mayor número de aves (41,09 %).
“Los sistemas silvopastoriles favorecen la presencia y reproducción de las aves, además de que estas prestan servicios ecosistémicos a los ganaderos, como por ejemplo el control de plagas”, anota el experto, profesor de la Universidad del Tolima.
Con respecto a los bancos forrajeros de leñosas -sitios de donde los ganaderos sacan alimento para el ganado-, estos aportan un 24,39 % de la diversidad de aves; y los árboles que crecen esporádicamente en los potreros, y que también sirven para su alimentación y refugio, representan el 12,34 %”.
“Para el estudio se analizaron los sistemas ganaderos más desfavorables como la pastura degradada o mal manejada, conocida popularmente como ‘peladero’, y en el relicto de bosque primario, que son espacios en recuperación, se avistó el 11,30 % de las aves. Se trata de escenarios que, pese a no concentrar gran abundancia de aves, al servir de refugio, alimentación o forrajeo, dormitorio y sitio de cría, sí concentran una importante diversidad”, destaca el académico, cuya investigación fue dirigida por la profesora Lucena Vásquez Gamboa, de la Facultad de Ciencias Agropecuarias.
Para el estudio se involucraron indirectamente más de 200 familias indígenas y campesinas que habitan a lo largo del bosque seco tropical del Tolima, y hubo más de 45 informantes clave de las comunidades, un rol que les permitió transmitir sus experiencias y conocimientos sobre las aves que habitan desde el sur en Natagaima, pasando por Coyaima, la meseta de Ibagué y Espinal, para luego llegar al norte hasta Armero y Guayabal.
Así, el investigador descubrió que los habitantes locales le atribuyen una importancia cultural significativa a ciertas familias de aves, y en el Índice de Importancia Cultural (IIC) identificó las 5 más relevantes para estas comunidades, en su orden: Phasianidae (gallinas y piscos), Columbidae (torcazas y palomas), Cathartidae (chulos y guala común o gallinazo cabecirrojo), Trochilidae (colibríes), y Falconidae (gavilanes).
En este proceso identificó diversos usos tradicionales de las aves –entre ellos alimentarios, medicinales y lúdicos– y también las creencias y narrativas populares, a través de sesiones en las que narraron cuentos con las comunidades, hicieron títeres, juegos dirigidos y en solitario.
Las comunidades consideran el colibrí como un mensajero entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, “como pueden volar en reversa, ven los sueños de los niños y los recuerdos de los muertos”. Los pijaos llaman al búho diurno como “üiscoy”, que significa que come arañas en el hoyo, ya que vive en madrigueras. Además, otra creencia registrada fue que “cuando una gallina canta como gallo es porque ocurrirá una desgracia, por lo que es sacrificada de inmediato, y el más joven la casa debe cavar un hoyo profundo en un potrero y enterrarla”.
A partir de este hallazgo el investigador diseñó estrategias e instrumentos de educación ambiental con el ánimo de familiarizar a las personas con su “léxico, jerga y narrativas”, un paso clave hacia la conservación que él resume en: “lo que no se conoce no se cuida”.
Además, aprovechando su talento como músico, compuso los bambucos Pepe tominejo, en honor al colibrí, y La gallina de Claudina, un tema inspirado en la lideresa pijao María Claudina Loaiza. También desarrolló una serie pódcast para socializar el proceso.