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Política y Sociedad

La violencia es una enfermedad social que se “curaría” preservando tradiciones ancestrales

    Así lo consideran los murui-muina –o “hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce”–, pueblo indígena amazónico para el que la violencia, incluyendo el conflicto armado, no se soluciona eliminando al enemigo; ellos consideran que esta “enfermedad social” se debe curar mediante la revitalización de prácticas culturales ancestrales, el reconocimiento mutuo y el restablecimiento del equilibrio comunitario. Esta percepción se identificó a través de un estudio de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Amazonia.

    Las riberas de este territorio, ampliamente conocidas por su exuberante selva húmeda tropical, también tuvieron una historia lamentable tras convertirse en una especie de campo de batalla en donde grupos armados se disputaban el control territorial, los recursos naturales e incluso las rutas del narcotráfico.

    Dentro de las víctimas de desplazamientos forzados, reclusiones, torturas y muertes estaba la “gente de centro”, que son cerca de 8 pueblos indígenas que habitan el interfluvio del Caquetá-Putumayo entre Colombia y Perú, entre ellos los murui-muina. Esta denominación la acuñó Jaina Badel Gasca, estudiante de la Maestría en Estudios Amazónicos de la UNAL.

    Como pueblo es reconocido por tener un profundo respeto por el mundo natural, comprender los usos tradicionales de las propiedades de las plantas y cultivar alimentos como la yuca dulce, pero también por sus esfuerzos para proteger sus territorios tradicionales de la deforestación, la minería y otras amenazas.

    La estudiante Gasca hizo un acompañamiento riguroso a los integrantes de dicha comunidad ubicada en San Rafael, en la ribera del río Putumayo (Amazonas), para comprender cómo interpretan y viven con los rezagos de esta violencia (poco visibilizada) en el marco del conflicto armado.

    Los métodos de investigación cualitativa estuvieron enfocados en conocer el contexto y también a las personas que viven allí, a través de los relatos y experiencias que aún se conservan.

    “Fue muy difícil hablar de conflicto armado en ese lugar, porque allí aún sigue muy vivo. Por eso las entrevistas fueron con personas que ahora viven en Bogotá, en Leticia o en otros territorios, lo que les otorgaba esa libertad de hablar”, relata la experta.

    Después de varios años de trabajo, su estudio evidencia la forma tan radicalmente distinta como estas comunidades conciben la violencia y el conflicto armado. Según la autora, para este pueblo la violencia no es un fenómeno reciente sino una “enfermedad social” arraigada desde los orígenes de su relación con la sociedad no indígena, que se remonta a la llegada de los caucheros a finales del siglo XIX.

    Desde entonces han sufrido un continuo de violencia a lo largo de diversos ciclos de explotación de recursos como pieles, oro y coca, hasta desembocar en el actual conflicto armado. Sin embargo, lo más interesante es cómo conciben estas comunidades la superación de la violencia.

    Más allá de buscar eliminar o confrontar al “otro”, su concepción del universo apunta a “curar” esta enfermedad mediante el reconocimiento mutuo, el fortalecimiento de las prácticas culturales ancestrales como los bailes, el consumo de sustancias propias (coca, tabaco y yuca dulce), el trabajo en la chagra y el cultivo de alimentos tradicionales.

    “En sus relatos mencionan que este fenómeno proviene desde el origen del mundo, cuando el Padre Creador guardó la rabia, la envidia y todos los sentimientos generadores de desarmonía bajo la tierra, en forma de recursos como el oro y el petróleo”, comenta la magíster.

    Otro aspecto clave en este estudio es la noción de “deshumanización” que trae consigo el conflicto armado, ya que para los murui-muina ser “gente verdadera” implica seguir la “palabra de consejo” o ley de origen, y participar en espacios de formación como las chagras y el mambeadero.

    “La deshumanización que analizamos en este contexto ocurre cuando se rompen los lazos comunitarios, se actúa de manera egoísta y se busca el poder individual, incluso al punto de perder la forma humana y convertirse en un animal o, en el caso del conflicto, en una ‘máquina de guerra’ que apunta contra su propia gente”, dice la estudiante de maestría.

    Para la investigadora, conocer los relatos de personas de este pueblo y plasmarlos en este trabajo de maestría es una forma de mantener viva su voz y lucha. “Este es el primer estudio que se realiza con este enfoque”, puntualiza la experta.