Bahía Concha es una de las reservas naturales más exuberantes en las estribaciones del Parque Nacional Natural Tayrona. Sus depósitos de agua subterránea son fundamentales para el equilibrio hidrológico del área.
En sus valles aluviales y coluviales (terrenos donde se deposita material arrastrado por los ríos) existieron reservorios hídricos. Por eso, la autorización otorgada para perforar pozos y extraer líquido debió contar con modelos de simulación que determinaran la afectación de sus acuíferos y los de las zonas cercanas (como Neguanje).
Excavar pozos profundos para suministrar agua a complejos hoteleros podría provocar la misma explotación incontrolada de los acuíferos de Bogotá, en donde primero se agotaron los superficiales (depósitos cuaternarios) y ahora se exprimen los más antiguos.
Si se abre el espacio a la explotación hotelera en Bahía Concha, la transformación de los ecosistemas será irreversible; lo que está perfectamente ilustrado en el desarrollo desorganizado de la bahía de Santa Marta (situación extrema), la ensenada de Taganga y, recientemente, Playa Grande.
La infraestructura requerirá "como evidencian otros casos" remover o talar vegetación natural, adecuar espacios y construir pozos profundos y vías de acceso.
Singularidad natural
El parque cubre unos 120 km2 en su porción terrestre, entre el nivel del mar y los 900 m (macizos de Taganga, El Cielo, Aguas Muertas y Palmarito). Pese a ser una zona tan reducida, su biodiversidad es excepcional. Además, exhibe variados ecosistemas, paisajes (según el régimen de lluvias) y restos arqueológicos de la cultura tayrona (Pueblito).
Pero numerosos conflictos lo amenazan: problemas de propiedad de la tierra y de delimitación cartográfica que nunca han sido enfrentados de manera decidida por las autoridades. Esto pone en riesgo su inmensa biodiversidad.
Por ejemplo, en el extremo occidental, en los cerros de Santa Marta y alrededores de Taganga (donde predomina el ambiente árido), está comprometida la vegetación típica de zonas bajas y costeras (cardonales) de especies como Stenocereus griseus (cardón y yotojoro) y Pereskia guamacho (guamacho).
Esta origina seis tipos de bosques espinosos-ralos, dominados por plantas como Gyrocarpus americanus (banco), Handroanthus billbergii y H. ochraceus (cañaguate, polvillo).
En la parte media (sectores de Neguanje y Cinto), la vegetación es más densa y predominan los bosques secos con especies como Prosopis juliflora (trupillo) y los bosques con Handroanthus billbergii (cañaguate) y Hura crepitans (ceiba amarilla).
En el área de Cañaveral, se combinan ecosistemas secos y húmedos. Allí, se arraigan especies botánicas como Anacardium excelsum (caracolí). En los cerros húmedos, entre los 250 m y los 700 m (El Cielo y Palmarito), hay bosques vigorosos con árboles de 30 m de altura, dominados por Brosimum alicastrum (ramón, guáimaro) y por Inga ingioides (guamo).
Hacia la cima, la vegetación de las estribaciones cordilleranas converge con los bosques de Nectandra reticulata (laurel) y Myrsine ferruginea (cucharo). Se configuran así lazos biogeográficos singulares con las zonas áridas y secas del norte del Caribe (Guajira), con los bosques húmedos del Chocó biogeográfico y con los de la zona baja de nuestras montañas.
Hacia el mar
En la zona estuarina del Tayrona (donde confluyen el agua dulce de los ríos y la salada del mar), hay parches de manglares que son únicos por las condiciones de formación histórica del sustrato y por la composición de su flora (véase recuadro).
Son muy importantes, sobre todo los de Neguanje, por cuanto el agua dulce (vital para su permanencia) proviene de la escorrentía y, con bastante probabilidad, también del subsuelo.
Las relaciones ecogeográficas con la Sierra Nevada de Santa Marta y con el norte del Caribe demuestran la necesidad de mantener la integridad del territorio, que se erige como "una isla biogeográfica". De hecho, en muy pocos sitios de la cuenca del Caribe se puede encontrar tal variedad de biota y ecosistemas.
Allí, se encuentran amenazadas treinta especies de plantas, cinco de anfibios, ocho de aves "una en grave peligro" y siete de mamíferos "una en estado crítico". La tala de una porción de bosque seco representa no solo su desaparición (junto con la de su biota asociada), sino también una pérdida económica (asociada al carbono almacenado en la vegetación).
Frente al dilema de conservar y usar de manera sostenible (mediante turismo ecológico de bajo impacto) un recurso biológico y paisajístico tan especial o permitir que comiencen fuertes transformaciones, con la consabida afectación, es de elemental prudencia defender esta singular joya de la biodiversidad colombiana y del Caribe.