Para los habitantes de Pinares de Oriente, un barrio anclado en el cerro tutelar Pan de Azúcar, en Medellín, otra vez es posible preparar una ensalada de lechuga, tomate y cebolla o disfrutar un refrescante jugo de tomate de árbol con productos cultivados por ellos mismos, tal y como lo hacían en sus veredas de origen antes de ser desplazados.
En el sector, alrededor de 185 familias que huyeron del conflicto rural y urbano de diferentes regiones del departamento de Antioquia y del país, buscan nuevas oportunidades para salir adelante. Para ello, cuentan con el respaldo de la Universidad Nacional de Colombia en Medellín, que promueve iniciativas de autogestión y desarrollo comunitario.
Según el profesor Rafael Rueda Bedoya, líder del proyecto y adscrito a la Facultad de Arquitectura, allí se adelantó un proyecto de extensión solidaria que contribuyó a mejorar la calidad de vida y el hábitat. Para lograrlo, se implementaron sistemas de agricultura urbana con enfoque agroecológico y se tuvieron en cuenta la sostenibilidad, la organización comunitaria, la soberanía, la autonomía y la seguridad alimentaria.
En este empeño participaron cuatro grupos estudiantiles de la Institución (Graeco, GEZ, Arboretun y Jardín-Capilla), Bienestar Universitario y la Escuela de Hábitat de la Facultad de Arquitectura, las cuales a través de talleres de capacitación y convites o mingas se articularon con la población para formular y ejecutar la iniciativa.
Así, se plantearon cinco componentes: huertas, producción avícola, producción cunícola (conejos), siembra de plantas nativas y árboles frutales e instalación de jardines. El objetivo central era contribuir a mitigar y a reparar el cerro ambientalmente y convertir el sector en un jardín con murales y grafitis en las fachadas, con la idea de recuperar la memoria cultural.
Después de la primera actividad de socialización, los vecinos participaron activamente en los talleres para aprender a construir, por ejemplo, un galpón de pollos y conejos, sembrar hortalizas y árboles, reforestar, preparar abonos orgánicos, entre otras labores.
Cilantro, cebolla, lechuga, espinaca, maíz, tomate de árbol, papa y arveja, etc., son cultivados de forma orgánica. "Ya no tenemos que sacar quinientos o mil pesos para comprar verduras, ahora vamos a la huerta y cogemos lo que vamos a consumir", cuenta una habitante.
María Isela Quintero, coordinadora de la Mesa de Desplazados de la Comuna Ocho de Medellín y del proyecto de Seguridad Alimentaria, resalta que la propuesta se construyó entre la comunidad y la UN, y que responde a necesidades reales de las personas.
"Hemos recuperado la esencia campesina con una intervención integral que no solo contempla el cultivo de hortalizas, sino también un mejoramiento del hábitat y de la forma como nos relacionamos", expresa Quintero.
Según cifras de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES), en Colombia hay 5,7 millones de desplazados, datos que lo ubican en el primer lugar en el mundo. Antioquia aparece como el departamento con mayor número de víctimas de este flagelo, con una cifra de 61.252 desplazados en 2012, de los cuales 37.938 llegaron a Medellín, el municipio con mayor recepción.
Apuesta por la sostenibilidad
"Si uno quiere conseguir una meta todo se hace más fácil", dice orgullosa Elizabeth Henao, encargada de manejar el galpón de pollos y su propia huerta. Al principio pensó que no sería capaz de hacerlo y ahora se desvive en cuidados con los animales y las plantas.
Cada quince días o cada mes, los voluntarios de la UN llegaban al sector para instruir a los habitantes en asuntos como el diseño de la huerta y de las instalaciones para la crianza de animales, el manejo de la temperatura y la ventilación e iluminación en la producción de pollos.
"Es muy valioso este trabajo porque nos ha permitido cosechar alimentos, organizarnos, unirnos más y tener un apoyo económico", expresa Henao.
Con los recursos del proyecto, la comunidad adquirió los materiales para construir y dotar los galpones. El plante inicial consistió en 600 pollos, 10 conejas y 2 conejos, un kit de semillas de hortalizas para cada familia, otro de árboles frutales, cerca de 200 árboles nativos, material de jardinería, así como pintura para los grafitis y murales que mejorarían las fachadas de algunas viviendas. Los habitantes aportan su talento al organizar talleres y convites junto con integrantes de la UN.
Compromiso ético
El proyecto hace parte de la línea de investigación en Desplazamientos y Movimientos de Población de la UN. En esta, los pobladores pueden acudir a la Institución para dar sus testimonios; sin embargo los estudiantes también llegan a la comunidad, interactuan con ella y formulan iniciativas académicas que respondan a sus necesidades.
María Isela Quintero manifiesta que es importante que la Universidad salga de los claustros y se dirija a las calles para conocer las carencias cotidianas y así poder proponer soluciones. "El reto es que la academia llegue a los barrios con objetivos claros, que haya una construcción conjunta que permita pensar en una verdadera transformación social".
Agrega que han podido mostrarles a diferentes estamentos oficiales y privados que es posible cambiar la realidad. "También nos hemos demostrado que podemos reconstruir el tejido social que perdimos cuando tuvimos que salir desplazados".
Esta clase de iniciativas, enmarcadas en la llamada innovación social, son esenciales para ciudades como Medellín que lidera los índices de desigualdad en el país y que es una de las mayores receptoras de desplazados.