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Salud

Fiebre amarilla, de la selva a zonas urbanas en Colombia

    Con una mortalidad del 40 %, síndromes febriles agudos e ictericia –coloración amarillenta de la piel por concentración de bilirrubina en la sangre–, el virus de la fiebre amarilla reaparece en Colombia dejando preguntas sobre los nuevos mecanismos de transmisión y sobre cómo esta enfermedad, que no tiene cura ni tratamiento específico, cambió las selvas por territorios urbanos en departamentos como Tolima.

    En América Latina la fiebre amarilla era una enfermedad relativamente frecuente, hasta que la higienización y el control de los vectores fueron controlando su propagación. “En 1931 se desarrolló en Colombia una vacuna muy efectiva que permitió avanzar hasta una cobertura superior al 90 % de la población antes de la pandemia”, afirma el médico infectólogo Jorge Alberto Cortés, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) y funcionario del Hospital Universitario Nacional de Colombia (HUN), de la UNAL.

    Aunque en los últimos 50 años la prevalencia de la enfermedad ha venido disminuyendo gracias a las campañas de vacunación y a los esfuerzos en salud pública, durante el último año ha habido un aumento significativo en el número de casos, los cuales en 2024 se concentraban principalmente en la región Amazónica, pero en 2025 empezaron a extenderse a zonas urbanas.

    En las selvas, los monos son el reservorio del virus, y la enfermedad se da por la picadura de mosquitos infectados por los géneros Aedes y Haemagogus. “En las áreas urbanas la transmisión puede obedecer al contacto cercano con zonas selváticas o por la introducción del virus a través del humano infectado a regiones con alta densidad de mosquitos, que a su vez transmiten el virus de una persona a otra”.

    “Mientras existan los vectores la enfermedad se puede reintroducir en sitios donde ya estaba contralada, por eso en muchos territorios del mundo se exige la vacunación”, señala el académico.

    ¿Origen selvático o urbano?

    Con 10 casos en promedio durante los últimos años –especialmente en zonas endémicas como Amazonas, Cesar, Guainía, Guaviare y La Guajira–, Colombia mantenía control sobre la enfermedad, pero “lo que estamos viendo en Tolima es que los municipios en donde se está presentando el brote, como Cunday, Villarica e Icononzo, tienen condiciones montañosas, no selváticas, predominantes de la cordillera Oriental; además tienen zonas urbanas pobladas, entonces no sabemos si lo que estamos viendo es un brote trasmitido por los mosquitos o por la importación de la enfermedad proveniente de otras zonas endémicas”, destaca el médico infectólogo del HUN.

    La mortalidad de estos casos es superior al 40 %, por lo que se requieren esfuerzos de salud adicionales para identificar las formas de transmisión y avanzar definitivamente en la vacunación, incluida dentro del plan de inmunización nacional. La vacuna se pone una sola vez en la vida, es altamente efectiva y muy segura. “El país debería apuntarle a un alcance en la vacunación superior al 95 % en zonas de riesgo, y hoy estamos en el 86 %”, indica.

    La reaparición de estos virus es un riesgo latente, sobre todo en países selváticos donde existen los reservorios y cada vez es más alta la probabilidad de que los colonos que habitan y laboran en las selvas se contagien y exporten la enfermedad de las zonas selváticas a zonas rurales.

    Pese a las dificultades en el diagnóstico diferencial, por tratarse de un grupo de enfermedades con síndrome febril agudo, hoy es un éxito del sistema haber identificado a los pacientes, ya que finalmente podrían haber fallecido y nadie se habría dado cuenta. “Las enfermedades más frecuentes pueden ser dengue, malaria y rickettsiosis, que pueden matar a las personas y cuyos síntomas se pueden confundir con la fiebre amarilla, y por eso es muy importante diferenciarlas clínicamente”, advierte.

    “Somos víctimas de nuestro propio éxito: con 10 casos al año, la mayoría de los médicos no han visto la fiebre amarilla, pues estos pacientes no llegan a donde estamos los infectólogos, sino que llegan a los caseríos, a los centros de salud primarios, por eso debemos enseñarles a los médicos las condiciones de manejo de los pacientes con síndromes febriles agudos, que vivan por debajo de los 1.800 msnm, y siempre sospechar que se puede tratar de algo más”, concluye el profesor Cortés de la UNAL.