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Medioambiente

Falta regulación en el vertimiento de residuos radiactivos en ríos de Bogotá

    En el país no existen metodologías adecuadas para evaluar algunos riesgos asociados con radiofármacos, inyecciones o cápsulas que se usan en exámenes para evaluar si hay tumores en el cuerpo. Los residuos de estos compuestos podrían tener un impacto negativo en la salud tanto del personal que los produce como de los pacientes y del público en general, en especial de quienes viven cerca de ríos como el Fucha, en Bogotá. Urge optimizar el análisis de estos peligros.

    La Resolución 18005 del 5 de enero de 2010 es un ejemplo de los vacíos existentes con respecto a la disposición de residuos radiactivos, pues aunque establece un reglamento para la gestión de estos desechos, este se basa en regulaciones internacionales –como la de la Comisión Internacional de Protección Radiológica (CIPR)–, por lo que su guía no es equiparable con la realidad colombiana, puesto que no existe control de isotopos radiactivos del lutecio, que no tienen un límite de vertimiento en ríos ni procedimientos a seguir si hubiera un exceso.

    Los isótopos radiactivos son variaciones del átomo de un elemento cualquiera, que tienen la particularidad de ser inestables y liberar grandes cantidades de energía nuclear; se elaboran en máquinas como el ciclotrón, que acelera protones para encontrar esas variaciones.

    Algunos conocidos son el yodo 131 y el flúor 18, que, al ser combinados con moléculas de azúcar, se movilizan por el cuerpo y llegan a órganos que presentan tumores, por eso se utilizan en las tomografías de emisión de positrones (PET).

    En este examen se inyecta o suministra el radiofármaco vía oral, y luego, por medio de una coloración, se observa la región que puede presentar el tumor. El azúcar es un vehículo muy eficaz porque los tumores se alimentan de ella, entonces facilita la unión del isótopo a esos sitios del cuerpo.

    Para liberar los residuos, independientemente de su naturaleza –sólida, líquida o gaseosa–, se debe garantizar que no se superen los límites, en el caso de yodo 131, en su forma líquida este es de alrededor de 10⁵ beuqerelios (unidad de medida de la radiactividad) por año, en alcantarillados o grandes cuerpos de agua como ríos cercanos a las instalaciones generadoras de este tipo de residuos.

    En vista de la dificultad para tener mejores evaluaciones y regulaciones, la investigadora Xiomara Cely, candidata a magíster en Física Médica de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), construyó una matriz de riesgo que tuviera en cuenta este tipo de situaciones, ya que, a pesar de los esfuerzos internacionales por regular esta área, como por ejemplo la guía internacional TEC-DOC 1685, en la cual se exponen los riesgos asociados con estas radiaciones, su alcance no es suficiente para el caso de Colombia.

    Con la ayuda de un grupo robusto y multidisciplinario de algunas instituciones de salud, la estudiante Cely busca llenar vacíos jurídicos en este campo, y gracias a investigaciones en torno al vertimiento de líquidos con yodo 131 en el alcantarillado de Bogotá y en el río Fucha, quiere plantear un límite para radioisótopos que no están regulados, como el lutecio 177.

    “Para el yodo se analizaron variables como el caudal del río, la población con que tiene contacto, la tasa de consumo por persona, las concentraciones de isótopos en el aire y lo que caería de estos al río en caso de lluvias”, explica.

    Apoyada en estas variables y por las regulaciones, busca calcular el límite del lutecio 177 para poder revisar las instalaciones de algunos centros de salud y ríos aledaños, y analizar si se están superando esos límites y determinar el riesgo y los pasos a seguir para que esto no represente un problema de salud pública.

    Según la estudiante, por el momento los datos son reservados, ya que necesitan pasar por una etapa de constatación con normativas de otros lugares (que al día de hoy no están definidas), para saber si efectivamente ese podría ser el límite indicado; sin embargo, enfatiza en que es un paso importante para entender su comportamiento en estas aguas.

    “Se deben implementar programas de atención de emergencias más robustos, con mejores protocolos de descontaminación antes de iniciar la jornada laboral, la medición en diferentes etapas del suministro de las dosis a los pacientes, así como un control de calidad riguroso de estos productos clínicos y su posterior vertimiento”, señala la investigadora.

    “Algo novedoso es que se evaluaron riesgos que, aunque son esporádicos, no han sido muy caracterizados para la radiofarmacia, y que pueden significar grandes riesgos, como por ejemplo si ocurre un terremoto y hay que salvar las máquinas que generan los radioisótopos, que pueden tener altas concentraciones radiactivas; esto permite estar mejor preparados para estos escenarios y generar evaluaciones de riesgo más completas”, concluye.