¡Noches y noches de desvelo repasando lo suficiente para ese examen final, y cuando llega el día "justo frente a la hoja" la mente totalmente en blanco! No es ficción, es real y ocurre con más frecuencia de lo que se cree. La explicación es sencilla: "Cuando se recibe información bajo estrés, fácilmente se olvida lo aprendido", afirma Alejando Múnera, director del Grupo de Investigación en Neurofisiología Comportamental de la Universidad Nacional.
Y lo dice con ciencia, pues junto a sus colegas lleva seis años investigando los efectos del estrés sobre el funcionamiento de la memoria. Para tal fin, los científicos emplean herramientas de experimentación psicológica reconocidas mundialmente, pero han logrado validar modelos propios en ratas de laboratorio para el análisis del estrés agudo.
Algunos de sus resultados revelan que, cuando se induce tensión en alguna de las fases del proceso de aprendizaje (motivación, conocimiento, comprensión, aplicación, validación), los efectos sobre la retención del conocimiento son adversos.
La memoria es una huella que deja cada vivencia en el cerebro y se manifiesta a través de cambios en el comportamiento de un individuo.
Aunque el proceso neuronal no se ha comprendido en su totalidad, se sabe que la repetición de circunstancias en el mismo lugar donde se produjo la experiencia reactiva recuerdos. El Grupo de Neurofisiología lo comprobó en el siguiente experimento:
Roedores estresados
En la primera fase de estudio, las ratas fueron inducidas a instrucciones empleando una herramienta psicológica denominada laberinto de Barnes, que sirve para medir el aprendizaje espacial y la memoria.
Se trata de un armazón redondo elevado 90 centímetros del suelo, en el que se introduce el roedor. "La idea es que el animal busque un refugio oculto que tiene este sistema. Para inducirlo a la exploración, se somete a estímulos que lo hacen sentir vulnerable, como luz y niveles de ruido por encima de los 90 decibeles", afirma el investigador.
A este proceso se sometieron dos grupos de ratas. Uno, antes de ingresar al laberinto, fue expuesto a periodos largos de presión (entre 1 y 4 horas). "Esta reacción del organismo la logramos encerrándolas entre tubos de plástico. Allí solo podían respirar y mover sus patas.
Sabemos que se tensionan porque, al medir en su sangre la corticosterona, hormona del estrés que se produce tanto en ratas como en humanos, los niveles se elevan: pasan de 80 nanogramos por mililitro a 250 ó 300", agrega Múnera.
Agilidad en el aprendizaje
El laberinto de Barnes cuenta con 18 orificios situados a su alrededor. Por 17 de ellos el animal puede asomar su cabeza pero no conducen a una vía de escape, tan solo uno cuenta con una "caja de salida", donde puede refugiarse para no sentir el ruido y la luz.
Al comienzo de la prueba, las ratas estresadas se demoraron casi 4 minutos para encontrar el agujero con la caja de escape. Aquellas que no lo lograron fueron ayudadas por los investigadores, en una acción que se repitió 8 veces, con intervalos de 5 minutos. "A esta secuencia la denominamos sesión de aprendizaje", especifica el investigador.
De esta manera, se detectó que con cada repetición disminuía el tiempo que empleaban las ratas en buscar la caja y refugiarse allí. Mientras en la primera secuencia tardaron 240 segundos en encontrarla, en la última emplearon 60 segundos nada más.
Adicionalmente, se redujo el número de errores (así se denomina cuando meten la cabeza en los agujeros que no las conducen a la salida), de 15 en promedio bajaron a 5 al final.
Según Múnera, al día siguiente se repitió la sesión con los dos grupos de roedores (los que habían sido estresados y los que no): "Observamos que las ratas recordaban perfectamente cómo salir del laberinto y desalojaron el lugar en menos de 1 minuto, con menos de 5 errores. En lo que no hay claridad es si aprendieron realmente dónde quedaba el agujero correcto".
Para complicarles la prueba le quitaron la caja al agujero refugio. Así, todos los hoyos de la plataforma quedaron iguales. Luego pusieron a los dos grupos de roedores allí ocho veces más para completar la secuencia de aprendizaje, al tiempo que contaron el número de veces que metían la nariz en cada uno de los huecos.
"Observamos que las ratas que el día anterior no habían sido sometidas a estrés, insistían en meter la nariz en el agujero que antes tenía la caja. Esto indica que no olvidaron que estaba ahí el hoyo de salida. Por el contrario, aunque las ratas estresadas aprendieron a salirse del laberinto, cuando les quitamos la caja buscaron la salida por igual en todos los hoyos. Así, quedó claro que los animales estresados no recordaban con claridad la salida, contrario al grupo control, que lo hizo con rapidez", afirma el investigador.
La tarea de recordar
Una vez los roedores aprendieron a reconocer un espacio (el laberinto), fueron sometidos a estrés agudo 24 horas después del entrenamiento, para evaluar su capacidad de recordar. "Observamos que la extinción de la memoria o recuerdo es más rápida en los animales estresados que en los de control, lo cual demuestra como el estrés interfiere parcialmente en la evocación de la memoria previamente adquirida. Además, la hace más susceptible a ser modificada", advierte Múnera.
Aunque la tensión puede generar daños en sistemas y órganos como el cerebro, de este análisis surge algo positivo: según el neurofisiólogo, el estrés se convierte en una herramienta fundamental para modificar experiencias anteriores y aprender rápidamente nuevas.
"Dificulta la adquisición de conocimiento y lo hace más volátil, pero también ofrece la posibilidad de adquirir nueva información de manera ágil", argumenta.
Al hacer una analogía con el comportamiento humano, estos resultados son importantes en la medida en que permitirían entender cómo muchos individuos presentan mayor capacidad de adaptarse a nuevos entornos. Estudios más detallados quizá lo revelen.