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Ciudad y Territorio

Ergonomía arquitectónica se debería incluir en diseños de viviendas

    Habitar un espacio –llámese casa o apartamento– incluye más que tener unas paredes y un techo, y así lo evidenció la pandemia por COVID-19, durante la cual en las viviendas se combinaron espacios de trabajo y estudio con actividades de ocio y descanso. Por eso, aunque tradicionalmente la ergonomía ha hecho alusión a cómo se adaptan los objetos al cuerpo humano, el concepto también se puede aplicar a la manera en que factores como la luz, el ruido, el espacio o la temperatura se entremezclan con las necesidades de las personas.

    Adriana del Pilar Monroy, magíster en Hábitat de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), aplicó la idea de ergonomía con perspectiva etnográfica, es decir, construir espacios que tengan en cuenta las necesidades cognitivas y sociales reales de los seres humanos. Para eso analizó 6 viviendas de estrato 4: dos casas típicas en un barrio residencial, dos casas en un conjunto cerrado y dos apartamentos en conjunto cerrado.

    La investigadora menciona que “el uso que las personas les dan a los espacios de las viviendas ha cambiado mucho; por ejemplo, mientras en los años cincuenta la sala y el comedor eran los principales lugares de socialización o de interacción familiar, hoy son las habitaciones”.

    Señala además que “en el diseño arquitectónico la distribución del espacio no debe ser aleatoria, sino que debe contemplar las actividades realizadas durante el día para cuidar la salud de sus habitantes, como por ejemplo, la percepción de seguridad que tienen de su entorno –que en las casas no depende de un celador– o la dificultad encontrada en los apartamentos para tener luz solar, lo cual tiene repercusiones en la salud visual”.

    Desde los años 50 hasta hoy

    Uno de los ejes del trabajo de la magíster Monroy es el cambio que se ha presentado en las viviendas de Bogotá; por ejemplo, en los años cincuenta se construían casas en barrios residenciales, la mayoría amplías porque albergaban a familias grandes, pero desde los años 80 las ciudades afrontan un cambio demográfico, los tipos de familias se han diversificado, y además se han incrementado factores como los niveles de inseguridad, por lo cual se empezaron a construir conjuntos cerrados de casas y apartamentos.

    La experta dice que “por lo general los estudios de este tipo se habían enfocado en las viviendas de interés social, pero en estos casos el entendimiento de la situación se queda en el tema económico, y esto no siempre es así, la relación entre mejorar la vivienda y tener más dinero muchas veces no es lo más determinante”.

    Señala que los arquitectos y diseñadores deben tener en cuenta tres campos indispensables que complementan la visión tradicional de la ergonomía: el espacio físico, el espacio existencial y el lugar.

    “En el espacio físico de las viviendas están los objetos materiales que tenemos en nuestras habitaciones, cocinas, jardines o baños, los cuales tienen una parte importante en el diseño, pero también conforman un campo existencial, que en este caso está compuesto por todo los recuerdos y vivencias que se tienen con respecto al espacio en el que vivimos”.

    La categoría de lugar se refiere a la apropiación del espacio que se habita; cuando se llega a un lugar nuevo, la ubicación de cojines y accesorios, la pintura de las paredes, los afiches de grupos musicales favoritos y demás, generan una identidad con el espacio, que cambia según cada individuo.

    La magíster realizó dos visitas cortas –de alrededor de hora y media– para entender el día a día de los habitantes de estos lugares, y la forma en que se apropian o habitan sus hogares.

    “En la primera visita conversó con las personas sobre cómo habitan su hogar y dibujó un plano (levantamiento arquitectónico) con todos los objetos cotidianos como sofás, camas y demás; en la segunda trazó los recorridos que hacían los habitantes desde que se despertaban, por ejemplo, una línea en el plano desde la habitación hasta el baño y luego a la cocina”.

    Para la investigadora, “el arquitecto no debe ser un creador de cifras que solo piense en los materiales más económicos para la obra, sino que debe ser un creador de sueños que tengan en cuenta las consecuencias a mediano y largo plazo de la vivienda que entrega las personas”.