El colorante azul natural de jagua expone la vulneración de derechos indígenas por el uso de recursos genéticos en la COP16
Durante la COP16 –que se celebra en Cali–, la lideresa indígena Nataly Domicó Murillo, del pueblo emberá eyábida, denunció las graves afectaciones que ha causado en su territorio la explotación del árbol de la jagua, usado desde tiempos ancestrales por la comunidad para hacer tatuajes ceremoniales y espirituales, y también como repelente de insectos, entre otros usos.
Aunque el conocimiento tradicional sobre la planta se ha transmitido por generaciones y forma parte fundamental de su identidad cultural, “el caso de la jagua es un claro ejemplo de cómo se han vulnerado los derechos de los pueblos indígenas en relación con el reconocimiento de estas custodias que hacen las comunidades de los recursos genéticos”, señaló la lideresa Domicó.
La explotación masiva ha causado daños en el bosque y desequilibrios ambientales en la comunidad. “Aunque todavía se recogen frutos, hoy es difícil encontrar árboles de jagua en nuestro territorio, tienes que irte muy lejos al bosque, hay unos palos, pero muy contados en comparación con los que había antes del mal aprovechamiento que hizo Ecoflora Cares, ya que este fruto no se puede recolectar en cualquier época y desde la cosmovisión de nosotros no puede caer al piso fuerte, porque eso incluso genera desequilibrio espiritual en la comunidad”, agregó.
Desde 2007 la empresa colombiana Ecoflora Cares venía trabajando en el desarrollo del pigmento natural mediante biotecnología, con investigadores de la Universidad de Antioquia, quienes exploraron su potencial como colorante alimentario y cosmético, el cual ha cobrado un valor comercial importante luego de que en 2023 la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA) lo aprobara tras considerarlo seguro para consumo.
Para acceder a los secretos moleculares de la planta de la jagua se necesitó de un contrato de acceso a recursos genéticos firmado entre el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y Ecoflora Cares, el cual se basó en las disposiciones de la Decisión Andina 391 de 1996, que busca que los beneficios derivados de su uso se distribuyan de manera justa y equitativa entre todas las partes involucradas, incluyendo a las comunidades locales que recolectan la fruta y cuidan el territorio.
Aunque este avance ha representado una fuente de ingresos temporal para algunos integrantes de las comunidades indígenas emberá –ya que se acordó un valor por cada kilo del fruto recolectado–, aún persisten los retos en cuanto al reconocimiento y la compensación del conocimiento tradicional que habría permitido descubrir el potencial del pigmento de la planta, y que no se contempló en el contrato.
“A pesar de que el proyecto cuenta con los permisos ambientales necesarios, como el contrato de acceso a recursos genéticos y los permisos de aprovechamiento forestal, y aunque hubo consultas previas, no se estableció un acuerdo específico para reconocer formalmente el saber ancestral de la jagua, lo cual plantea vacíos sobre la equidad en la distribución de los beneficios”, señala el profesor Óscar Lizarazo Cortés, de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la UNAL, líder del Grupo de Investigación Política y Legislación en Biodiversidad, Recursos Genéticos, Conocimiento Tradicional y Propiedad Intelectual (PLEBIO).
El Grupo le hace seguimiento jurídico, biocultural y social a este caso, por eso explicaron en la Zona Azul de la COP16 que “al parecer no se reconoció explícitamente el conocimiento tradicional del pueblo emberá sobre la jagua como fuente de colorantes, o se asumió que era conocimiento en dominio público o libre de derechos. Que algo sea públicamente accesible o se pueda consultar en una revista, internet u otro medio no implica que esté libre de derechos. No se conoce licencia de uso de conocimiento tradicional o documentación sólida de por qué quienes adelantaron este proyecto y los Gobiernos respectivos no abordaron el conocimiento tradicional”.
La lideresa Domicó reveló además que “la consulta previa fue limitada y careció de buena fe, ya que las comunidades no contaban con los conocimientos técnicos necesarios para dimensionar el impacto de la explotación masiva de la jagua. Si los líderes de nuestra comunidad hubieran tenido toda la información y los elementos para entender los efectos, jamás habrían aceptado esa consulta”.
A esto se suma que la consulta se hizo en español, idioma que muchos emberá no dominan, y sin una mediación cultural que les permitiera evaluar los riesgos y beneficios.
En la actualidad, una alianza entre Ecoflora Cares, la corporación Cornare y Masbosques, con recursos aportados por la Embajada Británica, desarrolla los monocultivos de jagua fuera del bosque, en el Magdalena Medio antioqueño.
Según la ingeniera agrónoma Deisy Carolina García Sánchez, directora de proyectos de Ecoflora Cares, “aunque los cultivos de jagua no se promueven en sistema de monocultivo, las áreas sembradas tienen como característica suelos degradados y erosionados en los que difícilmente prosperan otros cultivos. Aun así contamos con algunos en sistema agroforestal y silvopastoril donde las condiciones lo permiten”.
Añadió que “como la demanda de fruta no ha sido atendida por comunidades indígenas y la proveeduría de cultivos no alcanza a cubrirla, tenemos activa la compra de fruta silvestre proveniente del Magdalena Medio antioqueño, del Urabá antioqueño y de otros nodos más pequeños que no se han visto afectados”.