Efectos ambientales de la minería de cobre, otra cara de la transición energética en Colombia
La explotación de cobre genera no solo los efectos ya conocidos de la minería –como la alteración de la calidad del agua, la remoción de cobertura vegetal y los efectos en la salud humana, entre otros–, sino que además intensifica la presión sobre los ecosistemas, los territorios y las comunidades, en un contexto en el que la demanda de minerales para la energía renovable está aumentando exponencialmente.
Así lo determinó la investigadora Leidy Carolina Rodríguez Bravo, estudiante de la Maestría en Medio Ambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien analizó las implicaciones ambientales de la extracción de cobre el contexto de la transición energética en Colombia.
En Colombia se adelantan 5 proyectos de gran relevancia para la extracción de cobre: Quebradona en Jericó, Antioquia; Soto Norte en California, Santander; Libero Cobre en Mocoa, Putumayo; San Matías en Puerto Libertador, Córdoba, y el Roble en Carmen de Atrato, Chocó, este último es el único activo y produce 39.000 toneladas de cobre al año.
Los demás están en procesos de exploración, o previos a esta. El Hub de Innovación de Cobre, un programa asociativo que reúne empresas mineras nacionales e internacionales para aportar a la transición energética y la industrialización, realizó una proyección de las minas en Colombia y explicó que a partir de 2030 Colombia podría de producir entre 500.000 y 700.000 toneladas de cobre anuales, si se ponen en marcha todos los proyectos. El cálculo de este Hub es que para este año la demanda sería de 1,4 millones de toneladas, es decir que el país aportaría hasta la mitad de la producción de cobre en el mundo.
El cobre es un elemento esencial en la transición energética hacia fuentes de energía renovables y sostenibles. Su alta conductividad eléctrica y térmica lo hace indispensable en aplicaciones como la fabricación de paneles solares, turbinas eólicas y equipos de energía hidroeléctrica; también es fundamental en la construcción de motores, baterías y sistemas de recargas de vehículos eléctricos, cruciales para reducir la dependencia de los combustibles fósiles –como carbón, petróleo y gas–, una de las principales apuestas para mitigar el cambio climático y lograr una economía baja en carbono.
En su análisis la investigadora Rodríguez partió de la información técnica presentada por instituciones estatales del sector minero sobre este tema para abrir el debate sobre los efectos e implicaciones que trae la explotación de cobre.
“Es importante reconocer que, debido a la naturaleza de las entidades públicas y sus responsabilidades, los informes que emiten tienden a seguir criterios técnicos y normativos establecidos, lo que en ocasiones puede limitar una visión más holística sobre los efectos de actividades como la extracción de cobre”, plantea.
Además encontró que la extracción de este mineral produce sedimentación de cuerpos de agua y presencia de material particulado y gases que comprometen la calidad del aire y el agua, afectando tanto a los ecosistemas como a las comunidades circundantes.
“A través de este análisis teórico he podido identificar que en las áreas donde se desarrollan estos proyectos extractivos suelen coexistir comunidades étnicas y zonas de protección ambiental, lo que destaca la necesidad de adelantar estudios más integrales que consideren todas las variables ambientales involucradas”, sostiene.
Además, factores como la generación de ruido, la remoción de suelo, la desestabilización de pendientes y la acumulación de escombros de la extracción de cobre alteran gravemente el equilibrio natural de los ecosistemas.
Este proceso no solo modifica el paisaje y afecta la fauna y flora locales, sino que además tiene implicaciones sociales directas, particularmente para las comunidades étnicas aledañas, que se ven obligadas a cambiar su modo de subsistencia debido a la degradación del entorno. A su vez, estas transformaciones traen consigo una demanda incrementada de bienes y servicios, poniendo mayor presión sobre los recursos locales.
Con base en estos hallazgos, la investigadora sostiene que “el modelo de transición energética del país debería repensarse. ¿Realmente la transición energética resolverá el problema del cambio climático o, por el contrario, podría agravarlo? Pasamos de un extractivismo basado en combustibles fósiles a otro centrado en la minería, especialmente en la extracción de cobre. Aunque estamos mitigando algunos de los impactos negativos de los combustibles fósiles, también estamos incrementando los efectos adversos asociados con la minería, lo que nos lleva a cuestionar si el enfoque actual está verdaderamente alineado con los objetivos de sostenibilidad”.
Aunque es cierto que la minería es esencial para la transición energética en Colombia, es necesario priorizar criterios de sustentabilidad que propendan a la preservación del medioambiente y al bienestar de las comunidades locales que son las directamente afectadas por esta práctica.