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/De la infancia a la madurez en la democracia.

De la infancia a la madurez en la democracia.

    De la infancia a la madurez en la democracia. Es muy difícil saber porque unos ciudadanos se dedican a mejorar su ciudad y su sistema democrático en general y otros son más bien escépticos e indiferentes. Aparte de teorías, a veces la observación de quienes conocemos toda una vida puede ser útil para saber esto.

    En mi caso, he analizado el recorrido y actitudes de dos excompañeros del colegio de hace casi cuarenta años que son muy similares, pero que llegaron a dos posiciones al respecto muy diferentes, para intentar obtener alguna conclusión, e invito al lector a hacer un ejercicio parecido con sus allegados o conocidos.

    Lo que tienen en común, llamémoslos Fabián y Julián, es que hacen parte de familias muy bien estructuradas, son excelentes personas y profesionales y han fundado hogares ejemplares. Además, aunque los dos provienen de clases medias altas, en ambas familias hubo una quiebra económica durante su período escolar que les implicó a sus parientes y a ellos mismos mayores esfuerzos para estudiar sus profesiones y recuperar el nivel de vida anterior al evento.

    Fabián siempre tuvo un humor suave a flor de boca para los defectos ajenos y una alegría espontánea, mientras que Julián era más bien sarcástico y sus bromas eran duras. Ambos eran amablemente burleteros en síntesis y era parte de su encanto. Pero Julián acompañaba sus bromas con una combinación extraña de amistad con las autoridades escolares y un espíritu muy crítico frente a las fallas institucionales, mientras que Fabián era indiferente a la autoridad, tanto para acercarse a ellos como para retar sus decisiones.

    Recuerdo que mientras Julián daba el discurso de despedida de bachillerato, con auténtica solemnidad y sentido de responsabilidad futura, Fabián cuchicheaba con el de al lado y se reía del tono serio de sus palabras, como no creyendo en el fondo real de sus intenciones. 

    El epílogo de la historia es que casi cuarenta años después de que abandonaron la infancia sus historias y mentalidad frente a lo público son diametralmente opuestas. Fabián está asqueado de la política y de cómo funciona el estado colombiano, y me lo hace saber cada vez que recibe una de mis columnas en defensa de la democracia. Julián por su parte ni siquiera las contesta cuando las envío.

    Porque, sencillamente, no tiene tiempo. Desde que se graduó se dedicó de lleno a transformar desde su profesión la ciudad en la que nació, primero en la academia y luego en el sector público. Es una de las 10 o 20 personas que han sido responsables de convertir a Medellín del encantador pero mugrosito pocillo de tinto que era en nuestra infancia a la auténtica tacita de plata que es hoy en día, a pesar de todos sus problemas inocultables.

    Además lo sigue haciendo, contra todo prejuicio negativo de sus compañeros y amigos contra la política, y con gran éxito. Fabián por su parte intentó sin conseguirlo emigrar del país en una época con toda su familia, pero luego se dedicó a ser el mejor trabajador posible y luego el  dueño responsable de una mediana  empresa, productor de riqueza y empleos para el país.

    También Medellín avanza gracias a él aunque de manera indirecta, pero los tipos como Julián son los que realmente edifican el futuro, sacan a las democracias y a las ciudades de los lodazales socioeconómicos y políticos. ¿Qué los hizo tan diferentes proviniendo de circunstancias familiares y contextos sociales tan similares? Es un algo indescriptible. En el caso de Julián es como una especie de voluntad de cambiar las cosas para bien, sobre todo lo colectivo, que viene desde los tiempos jóvenes y se proyecta en la edad adulta, arrasando obstáculos y digiriendo estoicamente las críticas. ¿Cuántos de esos hay? Pocos.

    ¿Cuántos necesitamos para salvar a las democracias y a las casi inmanejables ciudades grandes del nuevo milenio, como Medellín? ¡Muchos sin duda! ¿Se estarán ya educando en los colegios, o los que vienen serán en el mejor de los casos buenos ciudadanos, pero apáticos y escépticos sistemáticamente  frente a lo público como Fabián? Puede que sea una cuestión de carácter u otro azar, pero sin duda lo que les transmitamos a nuestros hijos y alumnos, los que somos padres y profesores, incidirá en alguna medida en esa actitud ante lo público. No estaremos aquí probablemente para verlo Fabián, Julián y yo, y muchos de los lectores de nuestra edad, pero eso no nos quita responsabilidad.

     

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