Colombia cuenta con una riqueza de serpientes poco apreciada en la bibliografía científica. La diversidad excede las 270 especies, un horror para la mayoría, pero una ventaja para el país. Solo 48 (18%) son venenosas y presentan riesgo para los humanos.
Este grupo de animales ha sido poco estudiado desde 1940, cuando Emmett R. Dunn, un estadounidense que visitó el país por un año, y el Hermano Nicéforo María, del Museo de la Salle, describieron algunas especies y publicaron su localización. Hoy aún nos falta mucho conocimiento básico sobre esa riqueza biológica.
Estos reptiles se hallan en lo ancho y largo del país, excepto en tierras por encima de los 3.500 metros de altitud y las aguas del Caribe. Para conservarlos, la primera tarea es identificar los peligros en su contra que reducen las densidades y diversidad, así como conocer su distribución geográfica.
En las regiones más pobladas y productivas se han reconocido cinco amenazas principales para los ofidios. Primero, la matanza por parte de campesinos para quienes representan un peligro en sus labores diarias en las fincas. Segundo, la mortandad a causa de los vehículos que las aplastan en las carreteras. Tercero, la destrucción o intervención de los hábitats naturales. Cuarto, el tráfico con fines comerciales.
Una quinta amenaza tendría que ver con la colecta que realizan los científicos, práctica que el Ministerio de Ambiente quiere equiparar con el tráfico ilegal, algo que no se justifica. Existen muchas dificultades en la calificación de estas cinco categorías. Para la mayoría de ítems, no podemos hacer más que estimar su importancia.
Por su mala fama
No hay datos confiables sobre la primera amenaza, por eso se debe extrapolar para cuantificar. El presente análisis deriva de entrevistas con campesinos en diferentes zonas del país, principalmente en las tierras bajas. Ellos recuerdan con claridad los días en que mataron serpientes.
Cifras en el orden de dos o tres ejemplares eliminados por día son estimaciones con un grado alto de confianza. Los campesinos asumen que todas las serpientes (o los animales similares) pueden ser venenosas. Por eso la matanza cubre también a las inofensivas, culebras ciegas, tatacoas y lagartijas que carecen de miembros. Ese comportamiento puede ser noble al querer proteger a sus familias, pero el desconocimiento deteriora la riqueza biológica y, lo peor, se transmite por generaciones.
Un campesino podría matar entre 700 y 1.400 individuos por año. Al promediar el número de familias rurales en el país y asumiendo la misma tasa de exterminio, este factor suma entre 21 millones y 31 millones de ofidios aniquilados.
Desarrollo en contra
El segundo factor está asociado al grado de desarrollo de las regiones. El sistema de carreteras es desigual, existen más o menos según el número de habitantes. La mortalidad sobre las vías es bien conocida, pero no cuantificada por los biólogos colombianos.
Este tipo de observaciones se han realizado en otros países. Utilizando datos recientes de Brasil1 (la referencia más cercana), la tasa de mortalidad de serpientes oscila entre 0,9 y 1,9 por día sobre un tramo de 67 km, o entre 1,4 y 2,8 serpientes por día por 100 km de carretera.
La red vial de Colombia consta de unos 130.000 km, de los cuales 16.800 km corresponden a la red primaria nacional. Según datos recientes del Ministerio de Transporte, 10.300 km están pavimentados.
Al tomar como aproximación las estimaciones de Brasil (510 a 1.020 muertes por año en cada 100 km), la mortalidad en el país por este factor estaría entre 52.600 y 105.300 serpientes arrolladas al año (sin contar las carreteras departamentales, municipales o privadas, ni las no pavimentadas).
Se reducen los hábitats
El tercer ítem, que tiene que ver con la destrucción o intervención de hábitats naturales, también representa una tragedia para los ofidios. La mayor parte de la población colombiana vive en los drenajes de los ríos Cauca y Magdalena, donde se encuentran ciudades y pueblos; por ende, existe la necesidad de expandir la frontera de la civilización.
La agricultura, la utilización de tierras para el ganado, la construcción de vías y la expansión de las ciudades son factores que van en contra de la amplia variedad de los bosques, muchos de los cuales están en proceso de extinción.
En la región húmeda andina, la destrucción ambiental tiene menor impacto sobre las serpientes porque no existen muchas especies. Sin embargo, puede ser tan extensiva que llega a formar una "unidad" ecológica, por ejemplo la zona cafetera, en donde estos reptiles se encuentran en grave peligro.
En los departamentos de Caquetá y Meta, así como en la región del Magdalena Medio, la pérdida de los entornos naturales húmedos ha impactado severamente a las culebras, que no son capaces de adaptarse a un ambiente más cálido y seco; por eso han tenido que emigrar a sitios que tampoco les ofrecen protección.
La situación para las especies nativas de bosques secos es distinta, pues su microclima no es marcadamente diferente al de las praderas. Sin embargo, sí es un cambio brusco para los anfibios y otros reptiles que son presas de las serpientes. Ello implica un impacto indirecto.
Hay, por demás, un círculo vicioso nefasto, debido a que entre más bosques se destruyan, habrá más contacto de las personas con estos animales, con sus previsibles consecuencias. La devastación de ambientes seguramente ha tenido un gran impacto sobre las poblaciones que no es posible medir, pero que es sustancial.
No obstante, al determinar el grado de diversidad de serpientes según la región, por ejemplo más en los bosques húmedos y menos en las zonas secas, se pueden sacar algunas conclusiones. Se estima que en cada hectárea (ha) de tierra en zonas bajas habitan unos 1.000 individuos.
Según observaciones en campo, el costo biológico que se puede determinar es que por la tala de cada hectárea puede haber pérdida directa de entre 100 y 250 individuos. Si se tiene en cuenta que la tasa anual de corte de bosques (tanto nativos como secundarios) en el país es de 330.000 ha, la pérdida directa de serpientes está entre 33 millones y 82 millones 500 mil.
Es mucho más grave que la matanza indiscriminada por parte de los campesinos. Igualmente, teniendo en cuenta que el 58% de la madera que se extrae de los bosques es legal, es decir que cuenta con permiso de las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) y del Ministerio de Ambiente, entonces se puede deducir que entre 19 millones 140 mil y 47 millones 850 mil serpientes mueren por la complacencia del Gobierno.
Tráfico, no menos preocupante
El tráfico de animales también agudiza la situación, aunque en este caso se restrinja a pocas especies. Ejemplares como los güíos (Boa constritor)apreciados en los mercados internacionales y nacionales; las cascabeles (Crotalus durissus), y algunas talla equis (Bothrops asper), apetecidas en la medicina tradicional, están en la mira de los traficantes. Por este factor se eliminan del ambiente entre 1.000 y 5.000 ejemplares por año.
Absurdamente, el Ministerio de Ambiente también clasifica como traficantes a los científicos que recolectan muestras para fines académicos e investigativos. Lo paradójico es que el ingreso de ejemplares a las colecciones biológicas del país no supera los 300 a 1.000 ejemplares anuales, algo que varía según los proyectos vigentes y la adquisición incidental.
Vale la pena hacer énfasis en dos cifras: primero, en todos los años de colecta científica de serpientes en el país se han acumulado solo 13.000 ejemplares en colecciones biológicas, y segundo, los ejemplares en museos del exterior (colectados durante dos siglos) no tienen más que la mitad de las muestras nacionales. Es irónico que el Ministerio regule solo esta práctica y deje por fuera otras que destruyen el patrimonio nacional sin ningún fin loable.
Lo que se obtiene al sumar la pérdida de serpientes por los cinco factores mencionados es una cifra alarmante, que en el mejor de los casos es de 54 millones de individuos eliminados, y en el peor, de 113 millones 600 mil. En cualquiera de los dos casos, es una pérdida masiva que si continúa a ese ritmo desembocará en una crisis biológica de ofidios en Colombia.
Hay que apostarle a la conservación
El país necesita biólogos que se dediquen al estudio de serpientes en todas las regiones o persistirá la ignorancia sobre las distribuciones de especies, el detalle de sus biologías y ecologías, y su papel en la economía natural.
La destrucción del ambiente es un factor en el cual el Estado debe actuar. Sin embargo, no es clara la gravedad de la sobrevivencia o salud poblacional de las serpientes. El Ministerio de Ambiente y las CAR tienen un papel fundamental en este asunto y deben redoblar esfuerzos.
El impacto de traficantes ilegales y zoológicos es trivial en comparación con las otras variables, pero cabe resaltar que la efectividad del control sobre el mercado negro de fauna es inadecuado. Las plazas de mercado en Bogotá funcionan como si no existieran controles oficiales: a pesar de que hay normatividad comercian con animales. Lo mismo ocurre con los zoológicos del país. La policía ambiental y las CAR deben ser más efectivas.
Referencias
1.Monteiro, et al. (2011). Avaliacao de dois anos de monitoramento dos atropelamentos de serpentes nas estradas Raymundo Mascarenhas e Manganès Azul, Floresta Nacional de Carajàs, Parà, Brasil.
2. El Tiempo, septiembre 1 de 2011, p. 7.
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