Contra todo pronóstico, la cultura raizal resiste en las aulas del Archipiélago
Los “afroantillanos”, así le llama la profesora Raquel Sanmiguel Ardila, de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), a un grupo de personas –del que forman parte los raizales– descendientes de esclavos africanos traídos al Caribe durante la época colonial a países como Nicaragua, Costa Rica, o el Archipiélago, estos lugares fueron el foco de la investigación de la experta, quien por mucho tiempo ha estudiado cómo la educación ha tenido un enfoque estatal y formal para estos pueblos.
Según la investigadora, autora de la publicación presentada en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) 2024, “esto es problemático porque en estas comunidades se ha realizado una colonización ininterrumpida que, desde el análisis crítico del discurso, uno de los enfoques utilizados en el libro, se evidencia en momentos como la imposición de saberes determinados, tanto religiosos como de entendimiento del mundo, por los países europeos que dominaban el territorio en ese entonces; y luego en perspectivas como la eugenesia, un conjunto de creencias y prácticas populares en los siglos XIX y XX que hablaban de una raza ‘superior’, en la que estos pueblos no tenían cabida”.
¿Pero qué tiene que ver esto con el ámbito escolar?, la profesora Sanmiguel asegura que “uno de los objetivos del libro es encontrar si en los colegios existe una resistencia ante este tipo de imposiciones culturales, y si se ha logrado crear una conciencia frente a la importancia de resaltar los saberes tradicionales y la lengua creole en las prácticas más cotidianas de un aula de clase, de un currículo en donde se plasma la identidad de una institución, y en un manual de convivencia”.
La experta trabajó con el Colegio Junín de la Isla de Providencia (Colombia), en donde hay una presencia importante de la comunidad raizal; el Colegio de Limón, en Puerto Limón (Costa Rica), que acoge a un gran número de habitantes afrolimonenses, y el Centro de Estudio Horacio Hodgson (Nicaragua), que tiene como emblema al pueblo creole de esa región.
Allí, durante seis semanas en cada institución, dirigió múltiples entrevistas y conversaciones con estudiantes y profesores afroantillanos, y también revisó documentos curriculares, textos, cuadernos, carteleras, y símbolos de cada colegio en actividades pedagógicas y reuniones, para encontrar patrones de enseñanza.
Esto se llevó a cabo con el fin de comparar qué estaba ocurriendo entre estos pueblos que tienen un ancestro en común, y que han estado rodeados por prácticas escolares similares. La experta determinó que en los centros de educación hay prácticas que dejan por fuera las tradiciones de cada comunidad, y los testimonios de los estudiantes y profesores son muestra de ello.
“Creo que los niños deberían saber más de sus propias raíces, de su historia… ellos aprenden de historia clásica y medieval, y de todo tipo, excepto la suya…”, asegura una profesora de la isla de Providencia, una voz que se mantiene a pesar de que este colegio se reconstruyó recientemente, ya que el huracán Iota hizo estragos en sus bases y estructura.
Por otro lado, la investigadora Sanmiguel muestra que en el Colegio Diurno de Limón la situación es más aguda, pues en Costa Rica solo hasta 2015 se reconoció su carácter multiétnico y pluricultural, con una reforma a su Constitución de 1949, por lo que históricamente han sido los mismos estudiantes quienes han tenido que reivindicar sus raíces, situación que se hace evidente con un gran mural que agrupa las etnias principales de los pueblos afroantillanos en ese país. Sin embargo, los más jóvenes siguen teniendo celebraciones tradicionales que poco tienen que ver con las suyas.
“El Centro de Estudios Horacio Hodgson tiene uno de los ejemplos más notorios de resistencia estudiantil y es un verdadero ejemplo de autonomía, ya que tuvo una modificación a su currículo escolar, en la que se estableció una ley de autonomía para aprender sobre sus derechos como pueblo creole”, indica.
Para la experta, quien lleva trabajando décadas alrededor de este tema, se necesita una alianza real entre el gobierno regional, la sociedad civil y la academia, en un puente que permita que las realidades de estos pueblos no sean invisibilizadas y olvidadas, sino que, por el contrario, permitan el desarrollo de estrategias sólidas para incluir sus saberes dentro y fuera del aula.
“Transformar estos espacios no se trata solo de unos aspectos como aprender sobre las comidas o bailes tradicionales, sino que va mucho más allá, y tiene que ver con la identidad y forma propia de concebir el mundo. Hay que decolonizar el saber, y por supuesto a nosotros mismos”, afirma la autora.