El pasado 21 de abril, un grupo de niños llamado Semillas de Mangle, del municipio de Tumaco, en el extremo sur de la región Pacífica de Colombia, se apoderó de la playa El Bajito. Tomaron fotos a los crustáceos y aves del lugar, encontraron semillas de una especie de manglar conocida como nato, nadaron en el agua baja y recogieron las basuras que llegan desde el puerto.
La sencilla historia quedó registrada en el blog de la líder ambiental y comunitaria Adelín Vargas del Castillo. Ella es la directora de Etnia Verde, una fundación que tiene el monumental propósito de quitarle víctimas a la violencia y encaminarlas por el sendero de la conservación étnica y biológica.
Su misión va más allá, y es la de visibilizar una región que nunca muestran los medios de comunicación: la de gente que quiere salir adelante; la de una comunidad que vive en armonía con su entorno; la de un territorio que sobrevive a pesar de un país que le da la espalda.
Y esto último, según el destacado historiador Álvaro Tirado Mejía, es literal: Colombia siempre ha ignorado al Pacífico en su conjunto, desde Tumaco, en Nariño, hasta Bahía Solano, en Chocó. Ese olvido, dice, obedece tanto al centralismo andino como a un racismo endémico y solapado, así como a una visión mediocre de los líderes políticos, económicos y sociales.
"El país se abrió un poco con la Constitución de 1991. Sin embargo, a pesar de que han pasado veintidós años, no se han producido los desarrollos regionales planteados en ella. Uno de los principales problemas es que no se ve al Pacífico como una sola región, con particularidades biológicas, ambientales y culturales, sino como un conjunto de territorios adheridos a unos departamentos. Y esto hace invisibles a sus habitantes".
Conceptos como los de diversidad, derechos, territorio y jurisdicción (indígena y de comunidades negras) están mínimamente desarrollados en la práctica. Cómo viven los de "allá" no le interesa a los de "acá". Las consecuencias: una pobreza que cobija al 95% de su población; una violencia que consume a las generaciones más jóvenes; y una muy precaria infraestructura que, incluso, retrocedió en los últimos cincuenta años.
El profesor Tirado, de 72 años, recuerda sus paseos de niño en tren desde Buenaventura hasta Medellín. ¿Cómo un país retrocede tanto?, se lamenta. "La región nunca ha tenido vías de comunicación, sino de penetración; unos pocos caminos para llevar y traer mercancías desde los puertos, pero no para integrar el Pacífico a la nación". Incluso, se atreve a conjeturar que, durante décadas, el objetivo fue contener la migración de gentes negras hacia el interior.
Hoy, el proyecto de Tren de Occidente pretende revivir ese corredor férreo con fines de carga, por lo menos hasta el municipio de Filadelfia, en el departamento de Caldas. Sin embargo, aún no se encarrilla, luego de 12 años de trabajos, 140 millones de dólares invertidos y una gran carga de líos jurídicos.
Así, el Puerto de Buenaventura sigue estando muy lejos. Y habitantes como Yénifer Piedrahita (de 17 años), Rosa Bustamante (de 25), Luis Eduardo Gamboa (de 30) y Emilcenda Asprilla (de 36) siguen a la espera de que llegue algo más que mercancías.
Estos cuatro jóvenes tienen en común su fe (son miembros de una iglesia cristiana), su escepticismo (no creen en instituciones ni políticos) y sus ganas de tener oportunidades, algo sumamente difícil en su contexto.
Yénifer, todos los días, tiene que correr y encerrarse en su casa antes de las cinco de la tarde por orden de las bandas criminales que mandan en los barrios. "Las amenazas son serias", dice.
Rosa y Emilcenda ruegan para que llegue algún curso o diplomado que las prepare para conseguir un trabajo digno, pues la universidad está lejos de sus posibilidades. Luis Eduardo reniega de los alcaldes que ha tenido su ciudad: "Se han robado todo. ¿Cuánta plata le entra al puerto? ¿Qué tenemos nosotros? ¡Nada!".
El profesor Tirado insiste: "Si queremos conquistar la gran cuenca del Pacífico, primero tenemos que descubrir el nuestro. Queda más cerca Quibdó, Buenaventura o Tumaco, que Hong Kong, Seúl o Tokio. ¿Cómo pretendemos integrarnos con el mundo cuando ignoramos lo que pasa con nuestros compatriotas?".
De espaldas
El caso colombiano es particular en América Latina. Por un lado, es la única nación que se desarrolló a espaldas de sus mares "si acaso hemos mirado al Caribe, critica el profesor Tirado". El Pacífico, por obvias razones, es parte fundamental para la identidad y progreso de Chile, Perú y Ecuador, Centroamérica y México.
Por otro, el segmento colombiano tiene unas características únicas por su inmensa biodiversidad, riqueza mineral e hídrica. El Chocó biogeográfico, de unos 71.000 kilómetros cuadrados (que comprende partes de Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño) es la región en donde más llueve en el planeta (hasta 12.000 mm3 al año) y más reservas de oro hay para el país.
En el año 2011, solo el Chocó produjo 27.915 kg, equivalente al 47% de la producción nacional, según una investigación de la organización Gomiam, dedicada a hacer seguimiento de la devastación ambiental causada por la minería a pequeña escala en varios países de Latinoamérica.
Este metal, según el historiador antioqueño, ha determinado la conformación del territorio: el tipo de poblamiento (descendientes de esclavos africanos), la economía extractiva (que nunca deja nada a la región) y la cultura de la ilegalidad (buena parte del oro es invisible para los ingresos formales del Estado).
"Es la caldera del diablo, y al Gobierno le importa muy poco", dice el profesor Tirado. Añade que el criterio racial ha incidido en que las actitudes políticas e ideológicas, así como la falta de integración física, se perpetúen aún hoy.
El exembajador asegura que las fórmulas para integrar el Pacífico a la nación son las mismas que requiere el desarrollo integral del país: inversión en infraestructura, educación, seguridad y presencia estatal.
"El reto es que los Gobiernos entiendan que debe existir un proyecto nacional para esa región, unas políticas específicas y efectivas. No veo que con integraciones como la de la Alianza del Pacífico haya una mirada profunda. Lo que se plantea es, simplemente, mejorar unas vías de comunicación para un circuito de mercancías".
Ante esa realidad, la ambientalista tumaqueña Adelín Vargas no desiste en hacer lo que no procura el Estado: crear pertenencia y esperanzas.