Chagras del Putumayo en riesgo
Además de garantizar la seguridad alimentaria, los alimentos nativos proveen nutrición y salud a las comunidades inga y kamëntsá. Fotos: Clara Isabel Ávila, estudiante de la Maestría en Estudios Amazónicos, UNAL.
Las “mayoras” son mujeres que gobiernan en las chagras y sus saberes son trasmitidos oralmente mientras siembran y preparan los alimentos.
Platos tradicionales como patas mote y colada de tomate de árbol son indispensables para la salud y nutrición de las familias indígenas.
La tulpa es un método de cocción que consiste en el uso de un fogón de tres piedras grandes; allí también se transmiten los saberes a los niños.
Compartir este conocimiento con los jóvenes es una forma de preservar su legado indígena (en la foto: mote con papa).
Las chagras son huertos familiares tradicionales de las comunidades indígenas del país, y han sido una fuente vital de seguridad alimentaria y salud para los pueblos indígenas de Putumayo, además de representar un espacio de conexión religiosa con la naturaleza. Estos espacios agroecológicos, diseñados para integrar diferentes cultivos de alimentos, plantas medicinales y prácticas sostenibles, constituyen un eje central en la vida comunitaria.
La socióloga inga Clara Isabel Ávila Ramos, estudiante de la Maestría en Estudios Amazónicos de la UNAL Sede Amazonia, afirma que “estos alimentos nos ayudan a mejorar la calidad de vida y han sido cultivados desde tiempos ancestrales, y aunque son esenciales para la dieta y la salud de las familias, muchos están desapareciendo”.
Entre los alimentos identificados destacan el fríjol tranca, la cuna, el tomatón y el sicse –o yota–, entre otros, y frutas nativas como la granadilla negra, el maco, el chilacuán y una mora dulce, únicas del Putumayo, especies que no solo ofrecen beneficios nutricionales, sino que también poseen propiedades medicinales.
Hasta ahora la investigadora ha catalogado más de 50 alimentos nativos y diversas preparaciones, entre las que destacan la colada de frutas como tomatón –una especie de tomate de árbol–, naranjilla, maco, mora silvestre o lulo nativo; también la sopa de maíz –bisaña para los kaméntsá–, que se hace con cuna, coles, frijol tranca, wuasimba y papa, entre otros ingredientes; y dulces elaborados con chilacuán. Dichas recetas representan no solo un legado cultural, sino además soluciones naturales para problemas de salud.
“Por ejemplo el aba ayuda a fortalecer el cabello, mientras que el paico, conocido como la planta del hombre, es un desparasitante natural, y la chicha de maíz contiene probióticos que mejoran la salud intestinal”, anota la socióloga Ávila.
La chagra no es solo una fuente de alimentos sino también un espacio de conexión con la naturaleza y la espiritualidad. “Las mayoras siembran según los ciclos lunares, y algunas transmiten sus conocimientos de forma oral, a medida que van cultivando o mientras cocinan en la tulpa, una cocina tradicional de tres piedras, como lo hizo mi madrina conmigo”, relata.
Este vínculo con la tierra también se refleja en la relación con la fauna local, pues las comunidades cuidan y protegen animales como las ardillas, que dispersan semillas de plantas aromáticas, por lo que son muy importantes para sus chagras.
La expansión de los monocultivos, los potreros para ganadería y el uso de pesticidas han transformado las dinámicas alimentarias de estas comunidades. “La producción de fríjol cargamanto ha desplazado a variedades locales como la cuna wuasimba –que no requiere químicos–, entre otros”, señala.
Esta situación también afecta la tierra: los agroquímicos contaminan el rededor de las chagras, a lo que se suma la tala de árboles para potreros que vuelven la tierra estéril, y su recuperación puede tardar más de una década, según las mujeres mayores –líderes de las chagras– entrevistadas por la investigadora Ávila, quienes además manifestaron que en su comunidad hay nuevas enfermedades.
Otra preocupación identificada es la creciente presión sobre los territorios indígenas debido a proyectos de infraestructura y explotación de recursos. “Es el caso de la construcción de la variante Pasto-Mocoa, que representa una amenaza directa para los ecosistemas y las fuentes de agua de la región.”
Detrás de esta pérdida también se evidencian causas sociales y económicas. “La llegada de modelos agrícolas externos, por personas desplazadas de otras regiones, ha introducido prácticas como la fumigación. Además, problemas como el endeudamiento, el alquiler de tierras y las pirámides financieras han llevado a muchas familias a perder sus espacios para cultivar”.
A pesar de estos desafíos, la investigadora encontró que algunas comunidades han implementado esfuerzos de conservación: “en la verada San José del Chunga la comunidad inga está intercambiando semillas y sembrando plantas nativas, y en la vereda La Menta, un jardín infantil liderado por mujeres cabeza de familia kamëntsá ofrece comidas tradicionales a los niños, como coladas y sopas a base de maíz”.
La investigadora también trabajó con comunidades indígenas en Medellín para reintroducir estas preparaciones, ya que allí observó que los niños tenían altos índices de desnutrición.