Nelson Londoño, biólogo de la Universidad del Quindío, viajó a bogotá en busca de mariposas. En un amplio salón, las encontró ordenadas por especies y familias, en cajas de madera geométricamente iguales y cubiertas por un vidrio. Las ubicó en estanterías según sus expectativas y llevó a su institución un paquete de especies para ellos desconocidas. Su objetivo era contrastar el material recopilado con el inventario de biodiversidad de mariposas del Eje Cafetero.
Para su trabajo, el investigador escogió una de las más grandes y antiguas colecciones del país: la del Instituto de Ciencias Naturales (ICN), la cual guarda mariposas de todos los tamaños y colores, con alas inmensas que degradan el azul intenso hasta llegar al blanco o alas transparentes de finas rayas negras, algunas de un amarillo intenso y otras matizadas con colores rojizos y naranjas encendidos, salpicadas de puntos negros. Además, cuenta con registros de regiones de Colombia como la costa Caribe, el Pacífico y el inmenso llano. "Esta colección es un referente nacional, es de las más completas, es nuestra biblioteca", dice Nelson, al repasar el género Greta sp, a partir del cual comienza un recorrido por las especies y subespecies del grupo.
La recopilación del ICN registra 50 ejemplares históricos de mariposas, colectadas entre 1789 y 1794, por la llamada Expedición Romántica al Pacífico, dirigida por el europeo Alejandro Malaspina. El último registro estima un total de 150.000 individuos.
De hecho, la compilación es una de las más grandes dentro del universo de insectos que alberga el ICN y en el cual hormigas y abejas también gozan de un espacio considerable.
Por sus colores vistosos y por ser los insectos de mejor registro a la hora de tomar fotografías, forman parte del club de consentidos. En cambio, un grupo no despreciable de chinches y otros insectos pequeños están entre los menos consultados, algo así como los olvidados por los visitantes. Sin embargo, esto no ocurre con biólogas como Valentina Castro, quien se enorgullece de haber descubierto dos especies de estos animalitos.
Las identificó en una visita a la Universidad del Valle, husmeando con ojo de investigadora unos ejemplares sin nombre. Los trajo a la UN y gritó emocionada cuando descubrió que eran nuevas especies para la ciencia. Un hallazgo de estos es muy emocionante. "Puede que la analogía suene exagerada, pero es como si tuviera un hijo académico", dice Valentina, al recordar los nombres con los que bautizó sus descubrimientos: Tagalis dichroa y Tagalis Albispina.
Hallazgos para la ciencia
Obtener nuevos especímenes es más común de lo que se cree. En cada salida de campo, que se prolonga hasta por 15 días o un mes, el equipo investigador puede regresar cargado de novedades. Así le ocurrió recientemente a un grupo que viajó a San Martín, Meta, en busca de hormigas cortadoras de hojas, comúnmente conocidas como arrieras, y que se han convertido en una verdadera plaga para ganaderos y agricultores, por su adicción al pasto y a las hojas de otros cultivos.
Los exploradores madrugaban, instalaban las trampas de interceptación de vuelo "una especie de malla en forma de carpa" y las terrestres "vasos que se entierran en el camino" hasta completar una buena cantidad de hormigas para luego identificarlas. "Trajimos muchas. Había tantas, que incluso se comieron una de las trampas de malla", recuerda Valentina.
Cuando una población se convierte en plaga es porque se le ha quitado su hábitat natural, es decir, el hombre se ha metido en el bosque. La culpa no es de las hormigas, comenta la bióloga mientras saca de la estantería algunas de las cajas que contienen los animales más fotogénicos: escarabajos arlequines y mariposas.
Esas son algunas de las lecturas que hacen los especialistas cuando están en trabajo de campo. En su labor, analizan que, por ejemplo, con el cambio climático los insectos han escalado mayores alturas. Adicionalmente, etiquetan especies vitales para la supervivencia de vegetales, como las abejas. Toda esta información precede a la juiciosa tarea de coleccionar especies.
Hoy, buena parte de los insectos están identificados y han entrado a engrosar la gran colección del ICN. Los vendrán a buscar, como ha sido usual, de distintas parte del país y del mundo y serán, ni más ni menos, joyas de la colección más diversa de Colombia, insectos tan exclusivos, que solo se prestan a colegas e instituciones reconocidas en el mundo, con el fin de preservarlos de cualquier riesgo, porque se han vuelto únicos.
Sin embargo, los más comunes, duplicados o material en buen estado pueden salir del instituto. También se hacen donaciones cuando se tienen muchos ejemplares repetidos, como ocurre con las láminas de los álbumes, y de igual forma se reciben insectos para engrosar la colección. Así va creciendo esta enorme variedad de bichos cuidadosamente guardados.
El arte de conservar
La magia de la colección de insectos no solo radica en la extensa variedad de especies apiladas en cajas de madera o metidas en frascos de alcohol, cuando su condición lo amerita. La curaduría, es decir, el cuidado, la caracterización y el mantenimiento para preservarla en las mejores condiciones, es otra parte fundamental.
El esfuerzo se refleja en el montaje particular de cada ejemplar, las etiquetas que acompañan cada especímen, en la observación temprana de polvillo que anuncia la presencia de plagas y en otras prevenciones que evitan estropear algún ejemplar. El curador Carlos Chamorro no acaba de expresar su asombro por todo el aprendizaje que encierra su tarea. "Me llama la atención cuando miro por el microscopio y hay un animalito muy chiquito pero con su cuerpo completo", afirma.
La colección de insectos está reservada para público especializado con cita previa: estudiantes, investigadores o científicos. De ahí que estos pequeños animalitos se conviertan en privilegiados a la hora de contar con visitas de científicos tan reconocidos como el ecólogo y especialista en lepidótperas Paul Erlich, de la Universidad de Stanford; el investigador Dalton de Souza Amorim, de la Universidad de Sao Paulo; y el entomólogo Edwar O. Wilson, de la Universidad de Harvard, uno de los más famosos en cuanto a estudios de la biodiversidad en el mundo.
Al público general, se le ha acondicionado una pequeña muestra que comparte espacio con aves, anfibios y otras especies de diferentes colecciones. Los visitantes son, por lo general, grupos de estudiantes atendidos por guías capacitados en el tema, quienes en sus recorridos aprenden a identificar los insectos y a dejarlos de ver como aquellos indeseables bichos que buscamos aplastar, para descubrir que cada uno forma parte de ecosistemas, la mayoría de ellos, alterados por el hombre. Valentina los defiende: "Todos tienen su lado bueno".
Visitantes de esta muestra pública no alcanzan ni a sospechar que en discretos pero amplios salones del Instituto se guarda la mejor y más completa colección de insectos, el grupo más diverso de la naturaleza.