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Medioambiente

Basuras y construcciones sofocan el manglar del caño Juan Angola, en Cartagena

    El análisis de fotografías aéreas e imágenes satelitales evidenció que los ecosistemas que rodean este manglar urbano –que va desde el puente Heredia hasta la bahía de Cartagena, en el puente Román– han ido desapareciendo. La construcción de nuevos barrios disminuyó el espejo de agua, que pasó del 13 % en 1985 al 9 % en 2019; además, mientras en 1993 el área ocupada era del 28 % en 2019 fue del 6 %, por lo que elementos naturales como lagunas, bosques y playas murieron definitivamente.

    La Ley 62 de 1937, por la cual se decreta la construcción de varias obras de utilidad pública en Cartagena, permite “rellenar” los manglares con tierra, lo que ha facilitado urbanizar las orillas de los caños haciendo las modificaciones necesarias para el crecimiento de esta gran urbe.

    “La vigencia de esta normativa demuestra que en Cartagena aún se desconoce el valor de los ecosistemas de manglar, a pesar de que desde 1998 Colombia es signataria de la “Convención relativa a los humedales de importancia internacional, especialmente como hábitat de aves acuáticas” (o Convención Ramsar). Y aunque estos se nombran como ecosistemas estratégicos, se conciben como áreas de expansión urbana, incluso en contravía de normas de protección y conservación globales que buscan preservarlos por ser esenciales frente a la crisis climática”, afirma el investigador Luis Fernando Sánchez Rubio, doctor en Ciencias del Mar de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín.

    Un ejemplo de la degradación de estos ecosistemas es el caño Juan Angola, que llega hasta el Aeropuerto Internacional Rafael Núñez con otros 6 cuerpos de agua internos de la ciudad y un cauce de más de 12 km que cruza 11 barrios, desde la ciénaga de las Quintas y la laguna San Lázaro hasta Chambacú.

    A partir del análisis de fotografías aéreas, ortofotos, e imágenes satelitales de 1985, 1993, 2003, 2009 y 2019, pertenecientes al archivo del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, el investigador Sánchez evidenció que el caño Juan de Angola y sus ecosistemas han ido desapareciendo con el tiempo.

    “Observamos que la aparición de nuevos barrios hizo que el espejo de agua del caño disminuyera su área, al pasar del 13 % en 1985 al 9 % en 2019; además, mientras en 1993 el área ocupada era del 28 % en 2019 fue del 6 %, y aunque se ha recuperado cerca de un 5 %, otros elementos naturales como lagunas, bosques y playas desaparecieron definitivamente”, explica.

    Conocer para conservar

    El investigador Sánchez señala que, “para completar la ecuación, los manglares de la ciudad están ubicados especialmente en áreas con realidades socioeconómicas complejas, y, en vez de ser fuente de desarrollo para la gente de los alrededores, benefician a otros que los convierten en lotes transables para construir edificios”.

    Con este horizonte, él y el profesor Carlos Adrián Saldarriaga Isaza, adscrito al Departamento de Economía de la UNAL Sede Medellín, propusieron un modelo de desarrollo sostenible, es decir que busque el equilibrio entre el crecimiento económico, el bienestar social y el cuidado ambiental para redireccionar la industria del turismo hacia los lugareños.

    Para esto plantearon una “valoración sistémica del manglar”, que implica considerar aspectos sociales, económicos y ambientales. “Recurrimos tanto a la indagación teórica como al trabajo de campo, y al final propusimos un proyecto alternativo en el que interactúan tres actores: la academia, la comunidad y la empresa”, explica el profesor Saldarriaga.

    Así evidenciaron que el caño sigue siendo hábitat de múltiples especies de peces –entre ellos sábalo (Megalops atlanticus) y lisa (Mugil incilis)–, la mayoría de los cuales se capturan en la pesca artesanal.

    Así mismo, en un muestreo realizado en compañía de algunos miembros de la comunidad, también observaron aves en época seca y semihúmeda y encontraron 54 especies –28 terrestres y 26 acuáticas–, entre ellas garcitas, garzas amarillas, pelícanos comunes, mariamulatas y sirirís.

    “También medimos la vegetación del ecosistema y confirmamos la presencia de las 4 especies de mangle (blanco, rojo, negro y zaragoza) y su capacidad de recuperación, pues observamos plántulas circundantes en cada transecto. Además caracterizamos a la comunidad residente en los 7 barrios de las márgenes del caño, con base en la encuesta diagnóstica de la Fundación Planeta Azul Caribe (Fupac)”, menciona el profesor Saldarriaga.

    También se aplicaron 46 encuestas que arrojaron que el 53 % de los entrevistados cree que una de las mayores dificultades para preservar y aprovechar el caño se relaciona con los intereses de actores políticos que se vinculan con empresas que, en la mayoría de los casos, no tienen en cuenta los preceptos de la sostenibilidad.

    Gobernanza colectiva

    Los investigadores señalan que “tras 6 años de trabajo hemos logrado valorar el sistema de manglar urbanizado, sistematizando los intereses de los diferentes grupos sociales en 3 líneas de acción y 7 estrategias de trabajo, así:

    1. Educación: manejo de residuos; valoración del ecosistema y la biodiversidad, y apoyo al empresarismo.
    2. Empresarismo: negocios tradicionales, mejores prácticas y sellos de calidad; y nuevos negocios hacia el turismo consciente.
    3. Planeación participativa: talleres profesionales; comunidades y empresas y articulación con la institucionalidad.

    Estos puntos son un precedente de monitoreo ambiental en Cartagena, el cual plantea continuar con las mediciones naturales y las metodologías establecidas para luego correlacionar los avances y resultados con las variables sociales.

    “Seguir la tabla de indicadores, en la que se pueden consignar datos como los kilogramos de abono recuperado (en la estrategia de manejo de residuos, por ejemplo) o el número de nuevos negocios con sellos de calidad (en la línea de empresarismo), es útil para determinar los avances y proyectar decisiones”, precisa el profesor.

    Los resultados, que por ahora se mantienen en una prueba piloto, son una línea base para promover trabajos similares de gobernanza y cuidado ambiental en otras zonas del país.