Alternativas para una mejor gestión ante desastres
Desde la creación de la primera Oficina Nacional de Gestión del Riesgo en 1986, el país ha logrado avances significativos en la prevención, mitigación y manejo de desastres.
Según los indicadores del Monitoreo de aplicación del Marco de Sendai, en 2019 Colombia se consolidó como un referente mundial en la implementación de buenas prácticas en gestión del riesgo de desastres, siendo uno de los pioneros en validar y consolidar información.
El propósito fundamental de estas herramientas es proteger tanto a las personas como a los bienes materiales ante la presencia impredecible de eventos naturales de gran magnitud.
En Colombia, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), entidad encargada de coordinar y promover la gestión integral del riesgo en todo el país, trabaja en conjunto con gobernantes de distintos territorios, gobernaciones y municipios para tomar medidas efectivas en la identificación y mitigación de los riesgos asociados con estos desastres.
Sin embargo, pese a los avances en conocimiento, monitoreo, disponibilidad de información, tecnologías, instrumentos de gestión y organización social, así como la existencia del Plan Nacional de Gestión del Riesgo y planes municipales, aún persisten impactos significativos en términos de pérdidas humanas durante la ocurrencia de fenómenos naturales extremos que resultan en desastres.
La ingeniera ambiental María Paula Céspedes Romero, magíster en Geografía de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), señala que “esto ocurre por la falta de acciones enfocadas en tratar la vulnerabilidad. En la gestión del riesgo de desastres es crucial reforzar factores como la sensibilidad y la resiliencia, dirigidos a disminuir la susceptibilidad y mejorar las capacidades de los territorios para enfrentar estos eventos”.
La sensibilidad se refiere a la susceptibilidad de un sistema o elemento a sufrir daños o afectaciones negativas por la acción de un agente externo, como un fenómeno natural extremo. La resiliencia, por otro lado, se trata del acondicionamiento o la preparación del sistema o elemento para manejar su sensibilidad, amortiguar el efecto del fenómeno extremo y recuperarse después de un desastre.
En cuanto a la amenaza, aunque se han realizado avances en el conocimiento de los fenómenos naturales con una concientización local en la implementación de sistemas de alerta temprana y en la ejecución de obras para el control del fenómeno natural, aún se encontraron ausencias en la reducción de la exposición como consecuencia de factores sociales y políticos, y en el aprovechamiento efectivo de la información disponible.
Para abordar las deficiencias y ausencias en la gestión del riesgo de desastres, la ingeniera realizó un estudio que incluyó diálogos con la población afectada por inundaciones en la Sabana de Bogotá, por la sequía en Taminango (Nariño) y por las avenidas torrenciales en Mocoa (Putumayo).
Con esto diseñó tres modelos basados en la teoría y los conceptos del riesgo de desastres, aplicados a través de encuestas y valoraciones en los territorios que involucraron a unas 60 personas entre pobladores, expertos, asociaciones, alcaldías, gobernaciones, Corporaciones Autónomas Regionales, la UNGRD, universidades y ONG.
Según la experta, “estos tres modelos ‘ideales’ de gestión del riesgo de desastres para sequía, inundación de larga duración y avenida torrencial, incluyen la identificación de aspectos clave a gestionar, como población, infraestructura, salud, actividades económicas y elementos biofísicos, entre otros”.
Además proponen medidas y actividades específicas para mejorar el tratamiento de cada uno de estos aspectos mediante el conocimiento del fenómeno en el territorio, el monitoreo, la predicción climática, la reducción de la exposición, la gestión territorial, el fortalecimiento institucional y comunitario, la incorporación de conocimientos ancestrales, la aplicación de avances tecnológicos y el uso de seguros, entre otros
Cabe destacar que estos modelos no buscan reemplazar los instrumentos existentes sino complementar las acciones locales que se realizan día a día, a través de la evaluación real de los procesos de gestión que se desarrollan, para encontrar ausencias o fallas mejorando su implementación y focalizando los esfuerzos en áreas clave.