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Ciencia y Tecnología

Al rescate del patrimonio arquitectónico y agroecológico de Providencia

    Un proyecto de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Caribe buscó reconstruir, junto con la comunidad raizal, gran parte del patrimonio arquitectónico y agroecológico de Providencia, destruida en 2020 por la fuerza del huracán Iota.

    En la investigación, liderada por la profesora Catalina Toro, de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la UNAL, se recogieron testimonios de carpinteros nativos y líderes sociales sobre cómo se construían antiguamente sus casas en madera.

    De forma simultánea se recorrieron 12 fincas y se entrevistó a 25 agricultores para reconocer el papel histórico de la agricultura de subsistencia a pequeña escala, que durante años les permitió tener estabilidad alimentaria.

    Este material, junto con imágenes recientes, sirvió para realizar un documental que recoge este conocimiento ancestral, además de cinco podcasts y una cartilla de agroecología.

    Los resultados de este proyecto están dirigidos especialmente a las nuevas generaciones, para que reconozcan y valoren estos oficios, a fin de que estas prácticas no caigan en el olvido.

    En contexto

    Otrora, Providencia se caracterizó por su autosuficiencia alimentaria y por salir avante en las temporadas ciclónicas que cada año ocurren en el Caribe.

    Su arquitectura es diferente de la del interior del país, pues está influenciada por la cultura anglosajona caribeña de la época victoriana, caracterizada por sus techos, buhardillas y detalles ornamentales de madera en puertas, postigos, barandillas y balcones, como su sello más distintivo.

    Con las entrevistas se conoció que antes se usaban maderas finas de pino, abarco y cedro, provenientes de los bosques de Centroamérica, y por eso las edificaciones era tan resistentes.

    Según la docente Toro, desde los años noventa este legado está amenazado por la irrupción de prácticas externas al ámbito insular y por la importación de materiales de muy baja calidad desde el centro de Colombia, a raíz de la interrupción del comercio con sus vecinos del Caribe, con quienes los raizales comparten lazos de sangre.

    En 2020, el huracán Iota, de categoría 5, destruyó el 98 % de sus edificaciones y dichas imposiciones fueron más evidentes, pues el proceso de reconstrucción no tuvo en cuenta el saber local, generando pérdidas irreparables en construcciones con más de un siglo de existencia y también en el tejido social raizal.

    “Dos años después, la Isla aún no tiene hospital ni colegios, y al comparar las edificaciones que había antes del Iota con aquellas reconstruidas, es clara la evidencia del arrasamiento de su memoria ancestral”, recalca la investigadora.

    Al concluir esta fase de la investigación, el equipo consolidó las bases para proponer ante la Unesco que Providencia sea declarada como Patrimonio Arquitectónico de la Humanidad, en pro de obtener recursos para reconstruir sus edificios patrimoniales.

    Valorización agrícola

    Además del tema arquitectónico, la imposición de modelos de consumo foráneos también ha afectado su base alimentaria.

    A pesar de la reducida extensión agrícolamente aprovechable, el municipio fue productor de coco, naranja y gran variedad de hortalizas, permitiéndole suficiencia alimentaria e incluso el comercio con Centroamérica.

    Para el análisis agroecológico, los investigadores visitaron durante un año las parcelas que se salvaron del huracán y aquellas que se implementaron en los patios de las casas, como se acostumbraba.

    Con sus propietarios organizaron distintos talleres para propiciar un intercambio de conocimientos –locales y académicos– en aras de fortalecer este tipo de prácticas de forma comunitaria y determinar la disponibilidad de semillas, para restablecer su dieta alimentaria.

    “Hicimos un diagnóstico sobre qué había quedado, qué faltaba y qué se podía hacer para recuperar su base alimenticia. Construimos un plan de acción colectivo, recogiendo su conocimiento y consignándolo en una cartilla para que luego sea difundido a otros interesados”, explica la directora Toro.

    Los encuestados dijeron que las semillas son escasas, porque cada vez hay menos personas dedicadas a la agricultura, pero que muchas se salvaron porque estaban guardadas en frascos, así que el agua no las afectó o no se las llevaron los fuertes vientos.

    Se estableció pues el estado de la mafafa, el ñame o el bejuco de la batata, y la falta de otras como maíz, que se suele adquirir en San Andrés; así, se cosecha el producto y se guardan varias semillas para una próxima siembra, según relataron los sabedores providencianos.

    La cartilla contiene información de cada especie: su nombre científico, común y en creole, descripción botánica y usos, y forma parte de Agroecological Ground, una propuesta de producción sustentable creada de forma participativa.

    Esta plantea no solo un modelo de cultivo, sino que se optimice el agua, se usen insumos locales y se construya una “casa de semillas” para tener provisiones variadas y poder repartir entre los agricultores.

    “Se tiene previsto que sean gestionadas de manera comunitaria, para el cuidado y aseguramiento de su calidad. Estamos en la formación de ‘guardianes’ (70 % mujeres) como custodios del lugar”, expresa la docente.

    Recalca que no se trató de un proyecto meramente académico, si no de la elaboración de un plan participativo de seguridad alimentaria al que se le introdujeron conceptos de soberanía y justicia alimentaria, y que ahora están buscando recursos internacionales para ponerlo en práctica.

    En el estudio también participaron el profesor Álvaro Acevedo, de la Facultad de Ciencias Agrarias, estudiantes del área, de Ciencia Política, de Cine y Televisión, y de Arquitectura de la Sede Bogotá; además de Yilson Beltrán, docente de la Sede Caribe, y las organizaciones isleñas R-Youth y AgroProvidencia.