Las llanuras del Casanare cada vez están más calladas. Décadas atrás, los cantos de vaquería retumbaban a lo largo de la imponente planicie, pero la llegada de la "bonanza petrolera" y otros factores sociales exterminan esta tradición de dos siglos.
Los cantos se componen de gritos, silbidos y estribillos, con los cuales los vaqueros llaman al ordeño, manejan el ganado o, simplemente, amenizan las duras faenas. De una larga lista, esta es solo una de las manifestaciones culturales que están amenazadas por las nuevas dinámicas sociales.
En su lugar, en la región se ha vuelto común la palabra "mallar", cuyo significado se remite a aquellos habitantes de la región que duran hasta un mes merodeando las mallas que cercan las instalaciones petroleras, con la esperanza de conseguir trabajo. Así, dejan de lado sus tradicionales labores agrícolas y ganaderas por una oferta laboral incierta que, de llegar, solo los ocupa por ciclos de 28 días.
Ante este panorama, la Universidad Nacional de Colombia y el Ministerio de Cultura, mediante el contrato interadministrativo 2318 de 2013, desarrollaron el inventario más completo del patrimonio material e inmaterial del departamento del Casanare, con el que se busca proteger y conservar las tradiciones culturales y la herencia histórica.
El proyecto, encabezado por el profesor Luis Carlos Jiménez, se realizó en 15 municipios de los 19 que tiene Casanare: Aguazul, Chámeza, Hato Corozal, La Salina, Maní, Monterrey, Nunchía, Orocué, Paz de Ariporo, Recetor, Sácama, Támara, Tauramena, Trinidad y Villanueva. Para su desarrollo, se contó con un equipo interdisciplinario y con recursos provenientes de la devolución del iva de la telefonía celular en estos municipios.
Protección desde el Estado
Según la Ley 1185 de 2008, el patrimonio cultural de la Nación está constituido por todos los bienes materiales, las manifestaciones inmateriales, los productos y las representaciones que son expresión de la nacionalidad colombiana, tales como las lenguas y dialectos de las comunidades indígenas, negras y creoles, la tradición, el conocimiento ancestral, el paisaje cultural, las costumbres y los hábitos, entre otros.
En Casanare, ese patrimonio está representado de diversas formas: en el contexto histórico, por el protagonismo en la gesta emancipadora; en las costumbres, por la cultura llanera; en las tradiciones, por los cantos de vaquería; y en los saberes, por la culinaria (por ejemplo los tungos de arroz).
La reciente y apabullante dinámica económica que experimenta la región ha originado un cambio en las actividades laborales y, por ende, en las costumbres, saberes y valores propios de los llaneros.
Según Lida Medrano, arquitecta de la un e investigadora del proyecto, el Inventario de Patrimonio Cultural es una herramienta de gestión que protege la memoria de los habitantes de una región o comunidad.
En la búsqueda de los bienes
La investigación también consistió en un reconocimiento de las edificaciones correspondientes a bienes de orden monumental y de aquellas estructuras contextuales no monumentales, conformadoras de escenas urbanas.
Dentro de los sesenta inmuebles identificados, se destacan las ruinas de Moreno, ubicada muy cerca de Paz de Ariporo; los hornos de La Salina, tradición milenaria en la producción de sal de forma artesanal; la Megabiblioteca Pública de Villanueva; la Iglesia Sagrada Familia, en Nunchía; el Santuario Nuestra Señora de los Dolores de Manare, en Paz de Ariporo; y la Casa Amézquita, en Orocué, donde se hospedó José Eustasio Rivera. Como conjuntos urbanos: el centro histórico de Támara y el de Nunchía.
Riqueza material e inmaterial
En total, el inventario incluyó alrededor de 25 manifestaciones sociales, económicas y culturales, abordadas por el equipo de expertos desde los campos arqueológico, etnográfico, artístico, monumento en espacio público, utilitario, documental y científico.
Dentro de lo hallado, sobresalen, entre otros, los billetes de la Cooperativa de Caficultores de Támara, las espadas y dagas de la Conquista, campanas de bronce traídas por los agustinos y objetos y documentos utilizados por los alemanes que visitaron la región. Asimismo, se destaca la tradición prehispánica de elaborar techos con hoja de palma en áreas rurales.
Para el profesor Virgilio Becerra, quien hace parte del equipo, "las huellas dejadas por el hombre en esta zona son dinámicas y construyen una manera de entender el mundo. En el Casanare, hay varias tribus indígenas: sálivas, u"was, achaguas, guahibos y chiricoas, las cuales tienen construcciones mentales milenarias que conforman manifestaciones culturales ricas y complejas".
Muestra de ello son sus diferentes expresiones olvidadas con el paso de las generaciones. Según la antropóloga de la un Edna Riveros, "el canto de vaquería, característico del trabajo en el llano, se está olvidando; la tradición de enseñarle al otro cómo se canta se ha ido perdiendo con el tiempo" solo queda en la memoria y en las narraciones de los que alguna vez realizaron esta labor".
Aun así, la investigación rescata tradiciones orales como la copla, la bamba y los corridos, así como el conocimiento ancestral del territorio y las relaciones con la naturaleza, en la ruta de la "saca de ganado". También busca recuperar medicina tradicional como el ensalme, la partería y el uso de aceite de raya y galápaga (derivados del uso de animales), tradiciones que muestran un conocimiento de la naturaleza que los rodea, para curar enfermedades y "maleficios" propios de la zona.
La profesora Medrano agrega: "Con el inventario, las entidades territoriales tienen una herramienta valiosísima para sus continuos o nuevos proyectos culturales y para salvaguardar el patrimonio". Pero quizás quienes valorarán más esta iniciativa serán los padres y abuelos que podrán mostrarles a los más jóvenes que la grandiosa herencia llanera es parte fundamental de la cultura colombiana.