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Política y Sociedad

Agro colombiano no es competitivo sin vías de comunicación

  • Portadores en el muelle de San José.

  • Camión en las trochas del Guaviare.

  • Niños de San José rumbo al colegio en carreta.

  • Cargadores en el muelle.

  • Octavio de Jesús Ordoñez, de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC).

  • Soldadores en astillero de San José.

  • Planchón en el astillero de San José.

  • Habitantes de Mapiripán en el Foro.

  • Voladora anclada en el río Guaviare. Fotos: Felipe Castaño / Unimedios

Las historias de vida de los campesinos asistentes al Foro Regional Sobre la Solución al Problema de las Drogas Ilícitas arrojan luces sobre los problemas esenciales del agro en Colombia.

Hay historias que se repiten, como si el destino fuera más allá del individuo, obrando en territorios enteros generación tras generación.

Hilda " llegó a Mapiripán, en el Guaviare, cuando todavía era una niña. Su familia llegó del Tolima huyendo de la violencia y una generación después, cuando Hilda ya se había convertido en madre de jóvenes hechos y derechos, la violencia volvió a marcar su vida, desterrándola de su finca, dejando las huellas de destrucción de las granadas en las paredes de su rancho y llevándose a la tumba a muchos de sus amigos.

Cuando los abuelitos de Octavio llegaron al Caquetá venían de Palmira, en el Valle del Cauca. Eran los años cincuenta, los años de la violencia que ahora se escribe con mayúscula, y que los había obligado a lanzarse a la aventura de colonizar esos territorios remotos. Pero la década no parece importar, ni tampoco la manera de escribir la palabra violencia: hoy en Florencia, la capital del Caquetá, donde Octavio cumple ya más de cuarenta años al servicio de las causas campesinas, las estadísticas oficiales registran a más de noventa y cinco mil desplazados.

Para poder llegar a San José desde Mapiripán y hacerse presente en el Foro, doña Hilda " tuvo que pagar su cupo en un campero y viajar cerca de medio día entre trochas enlodazadas. El transporte en campero es más caro en invierno que en verano y siempre más caro que el transporte en bus, y allá, por esas trochas, el bus no llega. Sin bus ni camiones, ¿qué campesino va a poder sacar de su vereda los productos que cultiva para hacerlos llegar a los centros de acopio, o a los simples mercados? Solo le quedaría, en principio, la opción de llevar sus mercancías por el río, el ancho Guaviare, pero el transporte en las "voladoras" que surcan sus aguas es todavía más caro que en el campero.

En los años setenta, cuando todavía se veían los frutos de las políticas agrarias impulsadas desde hacía una década por la presidencia de Carlos Lleras, las lanchas-tienda del IDEMA viajaban lentamente por los ríos del Caquetá, vendiendo insumos, ropa, drogas y herramientas, y comprando las cosechas de los campesinos y de los indígenas, o invitando simplemente al trueque. Pero ya no. Ahora en las riberas del Caquetá, como en las del Guaviare, las tierras se destinan cada vez menos al cultivo de productos, que después no hay cómo sacar. Y el asunto es tan serio que una comunidad del bajo Caguán le impuso un impuesto a la cabeza de ganado, para poder así financiar la apertura de un camino a pico y pala.

Hay historias que se repiten. La de la violencia que empuja a los campesinos siempre "para allá", la de los caminos que no se abren para que los campesinos se puedan asentar definitivamente acá, la de un país que no se decide a navegar.

Mientras tanto, en el puerto de San José, a escasas cuadras de la Casa de la Cultura donde se realiza el Foro, los portadores suben plátanos, cacao, canastas de gaseosa y de cerveza, insumos y materiales de construcción a unos planchones de treinta y cuarenta metros de eslora, que se aprestan a partir remolcados hacia Puerto Inírida con cargas de hasta trescientas toneladas.