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Desarrollo Rural

A la polilla guatemalteca la están matando de hambre

  • La polilla guatemalteca está en los campos en los que se siembra y cosecha la papa, entre los 1.600 y 3.000 metros de altura, pero también en las bodegas de almacenamiento. Fotos archivo particular

Con ingeniería genética, investigadores desarrollaron un gen sintético que al ser introducido en la planta de la papa, le genera daños intestinales a su principal depredador: la polilla guatemalteca, cuya muerte se produce por pura inanición. El desarrollo ya fue probado con éxito en las variedades diacol capira y parda pastusa.

La arrolladora polilla guatemalteca, causante de grandes pérdidas en el gremio papero del país, verá limitada su capacidad de hacer estragos durante el periodo de cosecha del tubérculo, y, literalmente, estará sentenciada a morir de hambre.

Tecia solanivora, nombre científico de este insecto, daña anualmente entre el 20% y el 30% de los cultivos. Su acción comienza cuando se introduce en la papa para desarrollar las larvas, y mientras la consume, va haciendo túneles y eliminando excrementos que atraen microorganismos descomponedores, encargados de podrir y dejar inservible el tubérculo como alimento humano, animal y semilla en campo.

"Los ciclos de reproducción del insecto son menores a 45 días, y el periodo de cultivo de la papa es de aproximadamente 6 meses, tiempo en el cual el parásito se desarrolla varias veces. De ahí que los daños económicos sean tan graves", explica Alejandro Estévez Ochoa, presidente de la junta directiva de Fedepapa Nacional.

Según Estévez, las zonas paperas se ven menos amenazadas en periodos de precipitaciones altas o cuando se utilizan sistemas de riego. Sin embargo, aclaró que solo el 3% de los cultivos en el país utilizan riego por aspersión.

Frente a este panorama, estudios liderados por la Universidad Nacional de Colombia en Medellín y la Corporación para Investigaciones Biológicas (CIB) vislumbraron una solución: de la bacteria Bacillus thuringiensis, utilizada en técnicas de control biológico porque produce cristales con alto contenido de proteínas tóxicas para insectos, desarrollaron sintéticamente un gen que al ser introducido en el tubérculo evita que la polilla crezca.

"Lo que hacemos es insertar el gen en el genoma de las plantas para que se exprese en la papa, es decir, se convierta en una proteína que desencadene una función tóxica", puntualiza Diego Fernando Villanueva Mejía, biólogo magíster en Biotecnología de la UN en Medellín e investigador del Grupo Biotecnología Vegetal.

Al ser consumida por la larva, dicha proteína llega a su intestino medio y desencadena un rompimiento de las células, forma poros o espacios en este órgano del parásito y lo paraliza, impidiendo la asimilación del alimento. Así, en menos de 36 horas muere de hambre, de pura inanición, y no alcanza a hacerle daño al tubérculo, pues no se desarrolla.

Este avance genético, afirma Villanueva, "hace que, desde el primer día de siembra hasta la cosecha, la planta produzca la proteína y permanezca protegida, independientemente si es invierno o verano".

En pruebas de laboratorio y en invernadero, los tratamientos han mejorado, en casi el 100%, la resistencia de las variedades diacol capiro, parda pastusa, puracé, neva y caicedonia.

Los investigadores realizarán ensayos directamente en campo confinado para comprobar si hay o no variaciones en el color y el sabor del tubérculo debido a la manipulación genética.

El producto final será una semilla con una característica adicional que le conferirá resistencia al ataque de la plaga. Por eso, según el biólogo, las expectativas son claras: "Esperamos que el productor ahorre costos de producción por hectárea, reduzca el uso de insecticidas químicos y así haya un menor impacto ambiental".

La investigación no ha pasado inadvertida para el gremio papero. El presidente de la junta directiva de Fedepapa la califica como una buena medida que podría acabar con esta pesadilla para los agricultores.

"El paquete para controlar polilla puede costar el 30% del total de insumos, y si no se hace un manejo técnico del tema, el sobrecosto puede ser de un 100%", argumenta Alejandro Estévez.

Una plaga veraniega
La polilla de la papa se descubrió en Guatemala en 1956, y llegó al país en 1983 a través de una importación de tubérculos que venían de Venezuela. Desde entonces empezó a diseminarse por todos los departamentos paperos del país, particularmente en Antioquia, Boyacá, Cundinamarca, Nariño, Santander, Tolima y Cauca. Está presente entre los 1.600 y 3.000 metros de altura, predominando más en los pisos altos.

Leonardo Avellaneda, agricultor con más de 15 años dedicados a la papa, ha sufrido los estragos de esta plaga. Actualmente cultiva en la Sabana de Bogotá, y su mayor dolor de cabeza es en verano, cuando el bicho alcanza a diseminarse hasta en el 50% de su cultivo.

"Para controlar la polilla gasto entre $ 250 mil y $ 300 mil en insecticidas por hectárea. Hacemos fumigaciones permanentes y labores culturales como no sembrar sobre rastrojos de papa, cubrir con tierra ciertas plantas para que se pongan más consistentes y tiernos sus frutos (aporcar), entre otras cosas", dice.

Diego Fernando Villanueva explica que la acción de la polilla conlleva a que la papa sea uno de los cultivos más consumidores de químicos en el país. "El principal método de control son los insecticidas artificiales, costosos y perjudiciales para la salud del agricultor y para el medioambiente, pues son residuos tóxicos que además de quedarse en el suelo, van a parar a fuentes de agua. Entretanto, son inespecíficos, es decir que matan las plagas pero eliminan a su paso insectos benéficos para los ecosistemas", asegura.

Buenas prácticas
Para que la polilla no acabe con todo un cultivo, el presidente de la junta directiva de Fedepapa Nacional recomienda: no cultivar donde haya residuos de cosecha porque sirven como criaderos para la plaga; usar semillas certificadas; sembrarlas aisladas y en surcos profundos para que las plagas no puedan entrar hasta el tubérculo; aplicar agroquímicos en momentos indicados y así evitar que los cultivos se contaminen con los parásitos, y, por último, realizar a tiempo la cosecha.