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Ciudad y Territorio

Hambruna del pueblo wayuu se menguaría con estrategias locales

    Trabajar con las comunidades para fortalecer sus capacidades en recuperación ambiental del territorio, establecer sistemas productivos biofortificados y resilientes, educar en sistemas de producción agrícola u otras alternativas, garantizaría una mejor alimentación para el pueblo wayuu –en especial para sus niños y jóvenes– sin deshonrar sus tradiciones.

     

    Así lo recomienda la antropóloga Lina María Bedoya, magíster en Seguridad Alimentaria y Nutricional de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Bogotá, a partir de su estudio con base en la pasantía nacional que realizó en La Guajira con la organización humanitaria Acción contra el Hambre.

    Resultado de su investigación, considera que “también sería fundamental trabajar en la seguridad alimentaria desde la cosmovisión wayuu, apoyando la recuperación de prácticas agrícolas, alimentarias y espirituales, teniendo en cuenta que para ellos los rituales constituyen una de las maneras más importantes y efectivas para transmitir conocimiento tradicional entre las generaciones”.

    Durante su pasantía, la magíster de la UNAL encontró que las diversas problemáticas estatales y de violencia en el territorio habrían provocado que la comunidad wayuu adaptara su seguridad alimentaria a una supervivencia precaria.

    Desde los años 90 este departamento sufre una constante crisis humanitaria por las amenazas de actores armados ilegales, periodos de sequía, hambruna, discriminación racial y cultural y desplazamiento de sus territorios.

    Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el 57 % de la población en La Guajira está bajo la línea de pobreza, parte de ella se compone por comunidades indígenas como el pueblo wayuu., Organismos tanto gubernamentales como no gubernamentales han hecho llamados y puesto en marcha planes que ayuden a mitigar esta situación.

    Uno de ellos fue el proyecto Yanama, en el que la magíster Bedoya –desde una mirada antropológica– resalta los hitos principales que moldean la cultura alimentaria del pueblo wayuu y establece qué opciones se podrían aplicar para ayudarlos.

    Problemas y soluciones

    En primer lugar, debido a que el territorio ha sufrido desgastes ambientales y tras ser resguardados por el Estado en ciertas zonas del departamento, a la comunidad se le limitó la garantía de asegurar su alimentación moviéndose entre lugares durante las estaciones. “En donde no hay pescado, se mueven a un lugar donde se concentran en conservar cabras, ovejas y ganadería. O cuando hay pescado entonces intercambian o se mueven, es lo que les ha permitido mantenerse por mucho tiempo”, explica la magíster.

    Esto también hace que la comunidad no cuente con acceso al agua todo el año, “pese a que las ayudas entregan agua por uno meses la rechazamos porque no vamos a darle agua de bolsa tres meses a los niños, porque cuando ya no vengan y les demos agua de los reservorios van a tener enfermedades gastrointestinales”, relatan los habitantes a la magíster, quien destaca que lo más importante para la alimentación wayuu es garantizar el recurso vital insistiendo en un sistema hídrico o en programas enfocados en este propósito.

    A su vez, la llegada –entre 1972 y 1982– de la antigua guerrilla de las FARC y de grupos paramilitares (AUC) generó que los cultivos solo fueron para uso ilícito cuyo control intensificó la violencia contra los pueblos indígenas y les impidió realizar otras actividades agrícolas como crear huertos (rozas), además dejó la aridez y desertificación de la tierra.

    De ahí que la antropóloga recomienda estimular el intercambio, la conservación y la reproducción de semillas adaptadas al territorio, llamadas “pejetch”, que son de tiempo de germinación y cosecha bastante corto y buscan mitigar los efectos de la sequía con siembra de alimentos.

    Por otro lado, la pérdida de prácticas agrícolas también se debería a la presión de la religión (protestantismo), que lleva a abandonar creencias propias wayuu. “La satanización de muchos rituales agrícolas vinculados a la fertilidad de la tierra y la lluvia hace que estas tradiciones se vean con una connotación sexual, contraria a la moral religiosa. Esto también ha provocado la persecución de chamanes tras considerarlos demoníacos”, explica la investigadora.

    Como consecuencia, esto ha provocado la dependencia a las ayudas externas alimentarias, el olvido de prácticas y saberes tradiciones y ha desincentivado el autodesarrollo, contrario a lo que permite que los wayuu vivan bajo condiciones cambiantes y agrestes.

    “Entendemos la necesidad de llevar ayudas humanitarias, pero también es importante ser creativos y tener momentos de entrada y salida. Hay que estimular el conocimiento de la comunidad y que les permita independencia en un futuro, para que no dependan solo de auxilios externos”, afirma la magíster Bedoya