Mujeres de Bogotá lideran procesos de agricultura urbana
Desde sus comunidades, en diferentes barrios de Bogotá, Carmen, Yolanda, María, María Luz Dary, María del Mar y Gina lideran y promueven procesos de agricultura urbana como contribución a la seguridad alimentaria y nutricional (SAN), pese a obstáculos como el tiempo, el apoyo de sus familiares y el espacio físico.
Ellas obtienen sus semillas por medio de redes de intercambio o como vestigio de plantas que se siembran para la recolección posterior de semillas, que a su vez les sirve como su propio banco para salvaguardarlas.
Sin embargo, muchas de estas mujeres no han tenido el apoyo de sus familias, por lo que la resistencia desde sus hogares les ha significado un mayor esfuerzo, sumado a la doble o triple carga que tienen con las tareas del cuidado del hogar y responsabilidades laborales.
“Ellas son lideresas en todos los aspectos de sus vidas: en sus huertas, sus hogares, sus familias, sus comunidades, y como tales contribuyen al componente de la seguridad humana inmersa en la seguridad ambiental y en la SAN, que habla de mejorar las condiciones de dignidad de las personas que contribuyen a este tipo de prácticas”.
Así lo afirma el nutricionista y dietista Cristhian Javier Cely Segura, magíster en Seguridad Alimentaria y Nutricional de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien en su investigación se acerca a las nuevas formas de relación que se pueden dar entre las mujeres que habitan zonas urbanas y el concepto de SAN construido por el Observatorio de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional de la UNAL (OBSSAN-UN).
En su estudio se realizan 6 charlas informales y 4 entrevistas semiestructuradas, para un total de 10 encuentros del investigador con las mujeres; todas tienen hijos e hijas, 5 de las 6 entrevistadas viven con su pareja y todas son mayores de 40 años.
“El objetivo con las charlas era establecer un vínculo con ellas para luego, con las entrevistas, conocer aquellas cosas poco evidentes y que uno no creería que están detrás de una huerta urbana”, señala el investigador.
Agrega que “estas huertas no empezaron por una necesidad económica, sino con el fin de promover el cuidado del medioambiente y cambiar el entorno de sus comunidades: muchas de ellas llegaron a estas prácticas de agricultura urbana por la necesidad, por ejemplo, de tener que modificar sus hábitos alimenticios o la de sus hijos por algunas enfermedades; otras, por trabajos relacionados con algunas entidades ambientales, como el Jardín Botánico de Bogotá, y otras por la transformación de espacios comunitarios en estado de deterioro”.
Un factor que les ha significado uno de los mayores retos a todas estas mujeres es la falta de tiempo, y aunque es más sencillo para las que tienen el apoyo de sus parejas –que participan de forma activa en las tareas agroecológicas que demanden fuerza y desgaste físico–, para aquellas que no lo tienen les significa una dualidad y preocupación de no tener tiempo para sus familias o tareas de cuidado.
“Muchas de ellas madrugan mucho y deben dejar el almuerzo listo, alistar a sus hijos y ocuparse de algunos asuntos de la casa antes de salir a las huertas. Se ven obligadas a dormir menos para poder cumplir con todas las funciones y hacer lo que ellas quieren, que es trabajar la cultura urbana, algo que aunque ellas consideran una actividad de tiempo libre, en últimas les genera un arduo trabajo y sacrificio diario”.