Análisis
La Violencia de 1946 a 1966 no tuvo justicia ni reparación
Así lo afirma un estudio que analizó cinco novelas escritas durante los llamados años de La Violencia en Colombia. La verdad sobre lo que ocurrió en ese momento solo se evidenció mediante la narrativa literaria de la época.
Bogotá D. C., 06 de marzo de 2014 — Agencia de Noticias UN-Violencia (1962), obra del artista Alejandro Obregón. Esta pintura al óleo es ejemplo de cómo fue representada la época de La Violencia en Colombia. Archivo particular


La tesis central del trabajo es que la proliferación literaria sobre la violencia evidencia una gran angustia por darla a conocer, por lo cual es interesante detenerse en sus claves interpretativas.


Las primeras novelas de este tipo datan de 1946 y entraron en aumento a partir del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948. Durante este tiempo, en el país se escribieron 74 novelas y centenares de cuentos, además, se produjo pintura, poesía, fotografía y teatro, en un evidente afán por dar a conocer lo que sucedía.
De ahí, que la violencia que tuvo lugar entre 1946 y 1966 sea el interés que motivó a la profesora Miriam Jimeno, del Departamento de antropología, a realizar el trabajo Novelas de la violencia: en busca de una narrativa compartida, el cual hizo parte del Seminario de Pensamiento Colombiano y del Proyecto Ensamblado en Colombia (Universidad Nacional de Colombia, 2013), investigación realizada por la socióloga Olga Restrepo sobre la historia de la ciencia en el país.
La investigación analizó cuatro novelas y una crónica, cuyos rasgos característicos fueron la popularidad por la que atravesara la obra en ese momento y su ubicación geográfica en las regiones donde se concentraba la violencia.
El Cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón; Lo que el cielo no perdona, de Fidel Blandón Berrío; Viento seco, de Daniel Caicedo; Sin tierra para morir, de Eduardo Santa; y la crónica La guerrilla del llano, de Eduardo Franco Isaza son los textos que conformaron dicha investigación.
De acuerdo con la Profesora Myriam Jimeno de la U.N.: “La novela sirvió como testimonio porque recogió y trasmitió de cierta manera los acontecimientos, preocupaciones y los afanes de la sociedad del momento y, además, ofreció una interpretación y un lente para valorar lo ocurrido”.
Y destacó que hay que recordar que estas se escribieron en un clima de intensa confrontación entre liberales y conservadores y ese bipartidismo es claro en los relatos que en su gran mayoría adoptaron el punto de vista liberal. Es decir, el de las víctimas, el de los perseguidos.
De esta manera, estas narraciones describieron con macabra precisión cómo se expandió la violencia en ciertas regiones del país, detallando los terribles acontecimientos de este ejercicio contra las gentes del campo.
Para Jimeno las crueldades narradas lograron un repudio moral contra los victimarios, agentes del régimen gobiernista, a quienes señalaron sin tapujos. Asimismo recalcó que se evidencia la injusticia sufrida por campesinos dedicados a vidas sencillas e inermes frente a las armas, mediante imágenes cristianas del dolor, tales como El Cristo de Espaldas.
En consecuencia, estas obras conformaron un conjunto que acentúa ciertos rasgos y deja otros de lado, y en ese sentido no se les puede pedir verdad histórica. Pero crearon verdad interpretativa, pues fueron la única opción de denuncia compartida y la voz de las víctimas frente al silencio, impuesto primero y acordado después dutante los gobiernos del posconflicto.
Igualmente, según Jimeno, las élites nacionales y la cumbre de los dos partidos de entonces querían el silencio como parte de un pacto, que si bien permitió reconstruir la gobernabilidad y controlar la confrontación bipartidista, ocultó las heridas de la violencia.
“Las novelas de La Violencia dejaron la ambigüedad de una verdad que no se asumió de otras formas públicas ni se tradujo en justicia o reparación. Nos dejaron la ambigüedad de hablar en novela sobre lo que había pasado en realidad”, concluyó la investigadora.
(Por: Fin/MJ/GAC/sup/AC)N.° 281