Política & Sociedad
Indígenas se reencuentran con la agricultura
A María Gaitán la hace feliz el contacto con la tierra. Ella es indígena, desplazada del Vaupés, quien lo dejó todo cuando asesinaron a su hermano.
Bogotá D. C., 29 de marzo de 2010 — Agencia de Noticias UN–Hoy, en los invernaderos de la UN, trata de sembrar de nuevo sus costumbres, aquellas que le fueron arrebatadas por un exilio que no eligió vivir.
Sonríe, pero extraña su tierra y dice con orgullo que es de la tribu Piratapuya, en un español que hace poco aprendió a hablar. En esta lengua, que como Bogotá le era ajena, y ahora es parte de su vida, comenta sus añoranzas. “Extraño la comida de Vaupés: pescado, casabe (de yuca), fariña y mañoco. Los pescados, la iguana, el chigüiro, el venado, las hormigas”, expresa.
Como ella, cerca de 50 mujeres indígenas desplazadas han encontrado en el proyecto que desarrolla la Facultad de Agronomía de la UN, con la ONG Manos Amigas, una forma de reencontrase con el cultivo de la tierra, que era para muchas parte central de su diario vivir.
Ellas reciben capacitación, pero también aportan desde su conocimiento cultural. “En la cultura indígena hacemos un ritual. Uno hace un fogón grande. Ahí cocinamos una olla de sancocho grande para todos. Ese mensaje es para que se produzca la comida cuando uno siembra, que no se mueran las matas y para que todo esté sanado y no se lo comen los gusanos. Así, los animales no tocan el cultivo”, sostuvo Gaitán. En ese ritual bailan y cantan, de acuerdo con sus costumbres.
Esta indígena piratapuya se muestra contenta con el trabajo en la UN, pero confiesa que quisiera sembrar otros productos, tal vez por sus mismas tradiciones y hábitos alimentarios. “Nos gustaría que nos den apoyo para sembrar otra producción. Para mí no sembraría tanta lechuga, pediría semillas de papas criollas. ¿Eso quién lo compra?, nadie”, dice inclinada por sus mismos gustos.
En Vaupés, también cultivaba, aunque de acuerdo con lo que se producía en esa tierra cálida, que alcanza los 39 grados centígrados. “Cultivábamos yuca, plátano, caña, cacao, banano. Yo vengo de lejísimos, de la frontera con Brasil”, afirma Gaitán.
Ahora, en Bogotá, además de trabajar la tierra, lava ropa y plancha para el sostenimiento de la familia: su hija, su yerno –que está enfermo– y dos nietas. Con ahínco, cultiva en el calor de los invernaderos de la UN, intentando encontrar el abrigo que se quedó con su gente. Orgullosa deja ver sus manos con restos de esa tierra que hoy la alberga y trata de rescatar su identidad, por medio del reencuentro con la agricultura.
(Por: Fin/mpt/feb)N.° 31